Prensa. Diario El Nacional.
El Campamento Cañafístola es el hogar de Viviano, Emilia y sus hijos,
abierto a la visitas para compartir el genuino llano apureño. El plan es comer
queso fresco que hacen en su finca y cachapas de maíz recién molido, pasear por
sus predios y admirar la naturaleza. Me siento en familia. Como una sobrina que
llega a saludar
Viviano es un auténtico veguero. Conversador, divertido, locuaz. Es como
oír a Simón Diaz cuando echaba los cuentos de su infancia con el tono llanero
rajado. Así es el tono normal de este hombre fascinante, dueño –junto con su
esposa Emilia– del campamento Cañafístola, el hogar de la familia en los
Módulos de Mantecal.
“Cuando la casa se nos inundó lo perdimos todo. Agarré mi camioneta
vieja, me vine para esta tierra que había heredado mi esposa y me pasé 4 meses
solito poniendo cerca, enderezando el rancho, cuidando animales, hasta que
llegó la familia de sorpresa. En invierno pasábamos hasta 4 meses aislados.
Había que salir en canoa y a caballo. Un par de días hasta Quintero. Éramos 8
familias. Unas 40 personas. Hasta que construyeron los Módulos, nos hicieron el
terraplén y se acabó el aislamiento. Entendí que la única forma de salir
adelante era con turismo. Ya lo hacía Barriga junto al caño Guaritico. Me
busqué a Lorenzo (Lara) y le dije que me trajera esos musius para mi casa. A la
semana me llamó y me dijo que llegaba al día siguiente con 12 personas. Yo no
tenía nada. Cuando se apareció esa gente preguntando por baño, Lorenzo señalaba
cada esquina del monte. Aquí son libres. ‘Resuelvan detrás de la matica’, les
decía. Pedí chinchorros prestados a los vecinos. Tenía una bombita de agua
manual y ahí me fajé. Dale y dale para llenar un tobo pensando que alcanzaba
para que se bañaran dos, pero cada quien se echaba el tobo completico y yo
seguía dale y dale”, cuenta este llanero nacido y criado con la vista franca en
las sabanas apureñas.
Aprendieron de la geografía que los recibe cada mañana. Viviano no se
asustó. Todo lo contrario. Entendió que había que mejorar para atender a la
visita. Para parecerse al llano hermoso que lo rodeaba.
Fueron años prósperos. Mediados de los noventa y principios del año
2000. Entre 80 y 100 personas por semana se aparecían de todas partes del
mundo. Salían contentos y llegaban otros. Fue así como pudo poner una bomba
eléctrica para los baños que construyó con sus regaderas, lavamanos y pocetas.
Hizo además dos churuatas estupendas para guindar chinchorros. Pero como
la gente quería estar más cómoda, agregó dos dormitorios múltiples, cada uno
para once camas, y les puso su baño. Un comedor bien bueno junto a una cocina
cómoda y grande. Y lo más reciente fueron siete habitaciones estupendas, cada
una con su baño y su ventilador y un corredor enfrente para guindar
chinchorros. Cañafístola es el campamento mejor instalado de Los Módulos de
Mantecal.
Toda la familia se esmera. Emilia –la madre ordenada– se ocupa de la
cocina junto a una aliada perfecta que también se llama Emilia. Entre ambas
hacen las arepas en la mañana, los jugos naturales, el perico delicioso, los
granos con puro aliño verde, especialidad de toda llanera que se precie; la
pasta boloña que todos admiran, las cachapas catiritas de maíz blanco y tierno
que sirven con queso llanero. Hay detalles especiales en la cocina de
Cañafístola. Uno es el queso llanero. Viene directo de la finca del hijo que
está al lado. “Sólo sirvo queso del mismo día”, asegura Emilia enfática. Es una
divinidad. Lo otro es un picadillo de arroz. Viviano lo ama y nosotras
deliramos. Parece un rissoto o un asopado. Es arroz con carnita. No se cómo lo
hace, pero es gustosísimo. Me confesó Emilia que nunca lo hace para los
huéspedes. “Pensaba que era un plato muy de nosotros”, explica. Pero me
prometió que lo sumará al menú. Si la visita pesca pirañas, se las fríen para
la cena. Son riquísimas.
Es muy sabroso sentarse junto a la familia en las mesas y bancos de
madera bajo los árboles mientras los nietos juegan en el patio, las vacas
mugen, las gallinas picotean, las aves se acercan y no hay ni edificios, ni
casas, ni carros que tapen esa vista franca de la sabana que abre las neuronas
y las deja contentas por meses.
Todo tan bonito y la gente que no llega. La inseguridad del país en
general los auyentó. Aunque aquí jamás pasa nada malo. Las puertas están
abiertas. No hay cercos eléctricos ni vigilantes. Todos se conocen, se apoyan y
confían. Casi toda la visita llega por agencias de Mérida que ofrecen un
paquete de llano y rafting. Lo que quieren Viviano y Emilia es que los
venezolanos lleguen a Cañafístola también por su cuenta. Ellos estarán
encantados de recibirlos en su casa. El precio es más que solidario. Según la
temporada pueden ser entre 700 y 800 bolívares por persona por noche, lo cual
incluye hospedaje, comidas y paseos.
Lo que me fascina de Cañafístola es compartir con llaneros su vida
diaria. Escuchar sus cuentos. Salir a ver animalitos en libertad, aprender cómo
se llaman, cómo viven, cuáles son las diferencias entre unos y otros. Montarme
en la canoa para navegar por el caño Guaritico y que las toninas salgan a
saludar. No tener señal de celular, mucho menos de Internet, ni siquiera luz
eléctrica sino cuando encienden la planta. Echarse en un chinchorro en la noche
para ver las estrellas. Como no hay luces en kilómetros a la redonda, nadie
compite con el brillo del cielo. Comer suculento las delicias fresquitas,
honestas y recién hechas de las dos Emilias. Ver cómo llega la vecina a ayudar
con las cachapas. Salir a Caracas con dos kilos de queso llanero recién hecho
que no voy a conseguir jamás en un automercado.
Hay que visitar la escuela Don Ricardo Montilla, donación del Colegio
Francia. Una niñita fue a Cañafístola, le pidió a una nieta de Viviano ver su
escuela y le pareció horrible. Paredes de zinc, techo igual y con unas mesitas
cayéndose. Le pidió a sus padres hacer una nueva para su amiguita llanera. No
se dijo más. Viviano y Emilia pusieron el terreno, mano de obra de la comunidad
más unos albañiles contratados por el Colegio Francia y ahora la escuela recibe
a todos los niñitos de la zona, están haciendo el comedor y un aula para
bachillerato. Es una preciosura. Son historias de llano adentro, tan genuinas
como esa tierra planita.
Viviano González y Emilia Peña
Carretera Nacional vía Quintero, Módulos de Mantecal, estado Apure.
Salen de San Fernando de Apure vía Mantecal, en la Y cruzan hacia
Bruzual y en la segunda Y –cerquita– a la izquierda vía Palmarito-Guasdualito.
Mosca porque abundan los cráteres, algunos con vegetación. Donde vean la bodega
Los Módulos, cruzan a la derecha. Por ahí es. La vía hasta Cañafístola es de
tierra. En verano pasa cualquier carro, en invierno fuerte Viviano los busca y
les dice dónde dejar el carro seguro. Son como tres horas desde San Fernando.
Si utilizan el GPS de Ingeomaps que tiene mi guía, llegan derechito.
Teléfonos: (0240) 808 6720 y 738 3460. Angelin –hija en Mérida– (0426)
373 0566
Tarifa: entre Bs 700 y 800 p/p (según temporada) con hospedaje, 3
comidas y paseos.