Columna. (Marlani
Sánchez. @marlanisanchez)
Mis
encuentros con el café tienen imprecisa data. Pero sí fue tras mi mayoría de
edad, hasta hace relativamente poco fui muy obediente; siempre atendí a eso de
"los niños no toman café", aunque siempre supe que era niña, y
también que era mentira, que no iba a ponerme negra por eso, y con respecto a
los dientes, tampoco lo creí, aunque luego me di cuenta que sí, eso sí era
cierto.
Un
día el amanecer me supo a él aún sin haberlo probado, un día que no tenía
cafetera, un día después de aquel divorcio. Me hice de una cafetera, nueva,
recuerdo que no sabía en cuál parte poner el café y en cuál el agua. Y así lo
conocí. Varias veces nos encontramos, unas aguado, otros fuerte, pero siempre
oloroso, siempre negro y siempre dulce. Hoy ya le agarré las medidas, las dos;
la de cuando es para mí nada más, y la de cuando es para dos. Jamás he hecho
café para más de dos.
Muy
lejos estoy de ser una barista, pero sí puedo afirmar que es un tipo serio,
refinado, de muy pocas palabras, siempre huele divino, excelente oyente,
extractor de las mejores reflexiones, conoce de lágrimas, ríe sin complejos, es
de un moreno envidiable, sabe bien lo que es no tener tiempo, rey de las más
interesantes conversaciones, perfecto besador, supieran que no tan sociable,
supieran que la fama de trasnochador de ahí no pasa, íntimo, sus silencios son
quizás las más contundentes opiniones, conciliador, muy diplomático, tímido,
también propietario de un emoticon, sí, de género masculino, aunque su aroma es
de mujer.
Siendo
tan exquisito y abstrayente no me extraña que, según el señor Google, después
del petróleo sea el segundo producto más comercializado en el mundo. Por cierto
que hace poco discutía con mi madre de si dejarlo o no hervir, a mí me gusta
que hierva un rato, pero mi progenitora decía que no, estuve leyendo algunas
cosas, y otra vez, mi madre tenía razón, pero otra vez también, sigo haciéndolo
a mi modo.
Otro
“por cierto” es que tengo en la lista de “cosas por hacer próximamente” mi
primera visita al Paisaje Cultural Cafetero colombiano, la
primera, ese, el declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. (Acabo de
tachar de esa lista dormir en una carpa frente al mar).
No creo que
continúe siendo el primer sociabilizador, el alcohol se lo ha llevado por los
cachos, sí Cabral, el ejército de pendejos es demasiado grande.
No sé si se ha
demostrado que es un estimulante cerebral que evita o retrasa notablemente la
aparición de enfermedades como Alzheimer o Parkinson, no sé si es
cierto que las personas que lo toman se suicidan menos, o si funciona como
antidepresivo, si reduce los riesgos cardíacos, si es afrodisíaco o no, solo sé
que es único. Siempre le he hecho extremo caso al médico, espero que a ninguno
se le ocurra prohibirme volver a encontrarme con él.
Siempre le
tuiteo. Generalmente mi primer tuit del día es de la conversación que voy
teniendo en ese instante con él. Siempre está de buen humor.
Me encanta la
magia tempranera de esos cafetines, especialmente los adyacentes a la Plaza
Bolívar de San Fernando, estoy de acuerdo con Juan Luis Guerra; ojalá que
llueva, y me matan unos ojos “guayoyo” o “negritos”, son mis preferidos. Solo
nos vemos en la mañana, es perfecto y suficiente, él y la lluvia hacen una
junta perfecta, es espléndido, me ha dado hermosos regalos, inmejorables
compañías y sublimes escenarios. De hecho, puedo afirmar que él me ha ofrecido
una escena de esas de las que imagino que cuando sea anciana recordaré y
suspiraré conforme, muy conforme. Incluida una hermosa cabellera negra y una
espalda de seda. Solo esas existen, no hay otras así, lo juro por mi madre, y
esta vez no estoy vulnerando ese mandamiento, esta vez no cruzo los dedos.