Prensa. Diario
El Nacional.
Simón Díaz, el
maestro de las tonadas, falleció a los 85 años de edad y dejó una herencia
profunda en el mundo de las artes
GERARDO GUARACHE
No
existe un ser humano a cuya sonrisa esté más asociado el nombre de Venezuela.
Simón Díaz fue muchas cosas. Fue comediante, poeta, actor, animador, dibujante
y compositor, pero también fue el país en carne y hueso. Y ayer ese corazón, el
mismo que generó algunas de las melodías y letras más hermosas que se han
escrito, dejó de latir arropado por un amor unánime.
Nació
en Barbacoas, estado Aragua, el 8 del octavo mes de 1928. Fue a las 8:00 am
–decía– aunque ese que se repite en la fecha de su natalicio no era su número
de la suerte: “Sé que fue a esa hora porque mi mamá estaba haciendo las arepas
cuando le dieron los dolores de parto”.
Se
le conocía por su chispa y su habilidad prodigiosa para expresarse en rima,
pero también por la seriedad y por esa idiosincrasia llanera que hasta sus
últimos días permaneció prácticamente intacta, a pesar de ser ovacionado en
glamorosos escenarios como el Carnegie Hall de Nueva York. Podían regalarle
oro, pero el prefería “un racimo de topochos, un chinchorro y una tinaja”.
El
verdadero comienzo de su carrera, solía apuntar, ocurrió en 1963 cuando salió
al aire La quinta de Simón. “Todo lo que hice antes de eso fue hacer mandados y
matar tigritos”, confesaba entre risas. Estuvo en Venevisión, Radio Caracas
Televisión y Venezolana de Televisión.
Mi llanero favorito, Reina por un día, Muy bellas noches y Criollo y sabroso
fueron algunos de los programas. Con su hermano, otro venezolano célebre –al
que “le tocó comerse las verdes y las maduras por los dos”– hizo Joselo y
Simón; y con Aquiles Nazoa, produjo Las artes y los oficios. A partir del 15 de
marzo de 1985, condujo el que quizá le dio más alegrías a él y a su público:
Contesta por Tío Simón.
Fuera
de pantalla, Díaz se planteó un desafío. Prefirió dejar la comicidad de un lado
porque –como le respondió al entrevistador Nelson Hippolyte Ortega para una
edición del suplemento Feriado publicada el 15 de marzo pero de 1988– cuando
viajó a Cuba todos lo identificaron con “La gaita de las locas”. “Yo me
pregunté: ¿Qué estoy haciendo? ¿Soy famoso por esto? ¿Y mi país qué?”.
Desde
ese momento le dio un giro a su carrera y, acompañado por un cuatro, inició una
misión que cumplió a cabalidad: rescatar la tonada campesina. El artista fue
creativo en todas sus facetas, incluso en la de ilustrador. Pero fueron sus
composiciones las que le abrieron el camino hacia la internacionalización y,
por qué no decirlo, hacia la inmortalidad.
El
maestro Simón Díaz, ganador de un Grammy Latino honorífico en 2008 y de otros
tantos galardones dentro y fuera de Venezuela, creyó profundamente en ese
género casi extinto. Llevó al llano en su alma, tanto así que metió a una vaca
en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño para recrear el hábitat natural
de la tonada. Aunque suene paradójico, sus obras son tan genuinas y tan
vernáculas que lo convirtieron en una figura universal.
El
Tío Simón, padre de Bettsimar, Simón Jr. y el fallecido Juan Bautista Díaz,
cautivó a los más exquisitos intérpretes, desde Plácido Domingo y Celia Cruz,
hasta Ray Conniff, Alfredo Sadel, Oscar D’León y Caetano Veloso. No importa de
cuál corriente musical se trate, son mayoría las entrevistas a músicos
venezolanos en las que se menciona en algún momento al maestro de las tonadas.
Su influencia es poderosa, incluso fuera del mundo de los folkloristas. Los
ejemplos son muchos: David Rondón editó un álbum de remixes de sus canciones.
Pensó que vendería 600 copias y pasó de 17.000. En 2013, sin ningún motivo
aparente, Huáscar Barradas digirió un homenaje en el participaron bandas como
Los Mesoneros, cantautores como Guillermo Carrasco y personalidades como Kiara.
Famasloop, desde hace tiempo, tiene un marcha un proyecto inspirado en su
música.
Díaz,
amigo personal de figuras como Mario Moreno “Cantinflas”, compartió con músicos
como Franco De Vita. También Ilan Chester realizó un espectáculo en el Teresa
Carreño centrado en sus piezas en 2011. “Él representa esa Venezuela orgánica y
hermosa que a través del canto nos recuerda el ordeño, las flores y los
pájaros”, dijo en su momento el autor de “Cerro Ávila”.
El
legado trasciende las fronteras venezolanas. El martes, un día antes de su
muerte, casualmente Julio Iglesias hablaba de la letra poderosa de “Caballo
viejo”, una canción de la cual se tiene un registro de más de 300 versiones:
“Se la escuché a los Gypsy Kings y me encantó. Es una historia atemporal, es
para siempre”.
Creadores
como el uruguayo Jorge Drexler y la mexicana Natalia Lafourcade no se van del
país sin llevarse algún registro de su obra. “Luna de margarita” cautivó a la
alemana Pina Bausch y luego convenció al cineasta Win Wenders, cuando realizó
un documental sobre la legendaria bailarina y coreógrafa que fue presentado en
la Berlinale. El Tío Simón también embelezó al español Pedro Almodóvar. Y, como
él siempre lo deseó, enamoró irremediablemente a los venezolanos, que tienen
desde ahora el deber de rendirle un eterno homenaje.