Columna. Marlani
Sánchez. @marlanisanchez.
Así
como Silvio dijo “hoy mi deber era…”. Hoy mi deber era escribir de unas peleas
de gallos, sí, en serio. Para nada experta al respecto, de hecho sería desde
una divina perspectiva de absoluta ignorancia de tema tratado ¿No es divino?
Quizás más adelante. Quizás en la próxima. Quizás.
De
modo que es miércoles y debo garabatear. Quiero decir; debo hacerlo ya.
(Ahora
ya es jueves).
Del
amor y sus demonios y/o derivados ya ha escrito todo el mundo. Sí, incluida yo,
que tengo más relatos de sus demonios que de sus ángeles, un motivo para
agradecer a Dios. No podía yo morirme sin haber conocido aquello. Divino. Lo
repetiría (¿o debo decir lo repito?) con los ojos cerrados, y es que nadie me
quita lo bailao. Divino. Como escribir ignorando absolutamente de lo que se
escribe. Como escribir sabiendo que apenas llegarías a ser una simple
aficionada, una frustrada que tan solo garabatea, que con suerte tendrá dos o
tres lectores. Eso sí, los mismos, los mismos lectores, que es grande, muy
grande. La gloria de un escritor no es sumar y sumar lectores; sino mantener
aprehendidos a los que ya ha conquistado.
Encontrábame
conversando con una amiga, pero gran amiga, del sin fronteras tema del amor, y
fue ahí, de repente, como la luz cegadora y el disparo de nieve del mismo
Silvio; rompió a carcajearse, sí, porque reírse es una pendejada, aquello fue
una carcajada, tan estruendosa y contagiosa como la forma en que contravino las
normas de Manuel Antonio Carreño, pero en demasía.
Asómbrame
que la carcajada estuvo tan fuera de contexto, tan fuera de tono, tan
inconsistente, tan desbordada temáticamente, tan desconcertante. Estábamos a
punto de llanto; el llanto puede ser tan contagioso como la risa, y tan o más
relajante. Era casi que anhelábamos llorar, se hacía casi imperioso, era como
si lo necesitábamos, y va ella a acabar de esa manera tan genuino momento, tan
mágico instante, si hasta nos paseamos por la “Soleá del amor desprendido” de
Benítez Carrasco: “…yo no puse en compra venta mi corazón encendio, y has de
tener muy en cuenta que mi cariño no fue ni comprao ni vendio, sino que lo
regalé porque yo soy desprendio, por eso te di mi rosas sin habérmelas pedio,
porque yo soy desprendio, y doy las cosas sin ver si se las han merecio…”, por
la “Balada del loco amor” de Buesa: “…no, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos. Y no diré tampoco lo que vi en tu
mirada, que era como la llave de una puerta cerrada. Nada más. No era el tiempo
de la espiga y la flor, y ni siquiera entonces llegó tarde el amor…”. Y el “Se
deja de querer” del mismo Buesa: “…se deja de querer, y no se sabe por qué se
deja de querer. Es como abrir la mano y encontrarla vacía, y no saber, de
pronto, qué cosa se nos fue. Se deja de querer, y es como un río cuya corriente
fresca ya no calma la sed; como andar en otoño sobre las hojas secas y pisar la
hoja verde que no debió caer...”.
¡Una
vulgar y plebeya carcajada! ¡No lo podía creer!
-Coño,
¿Y te vas a reír? Espeté intentando detener su carcajada, en el fondo con
rabia, porque había logrado interrumpir y detener en seco mi llanto que casi se
derramaba, pero que finalmente casi se transforma en su misma carcajada. Fue
como un coitus interruptus. Frustrante.
-¿Cómo
es la vaina chica? ¿Que el llanto tipo qué?, fui lo único que pudo decir sin
dejar de reírse (reírse es una pendejada, aquello era una carcajada) con los
ojos llorosos, pero de risa.
-Cólico.
El llanto tipo cólico. Esbocé en vano. Retomó la carcajada. No aguanté y
terminé acompañándola…
Paseemos
por “El valioso tiempo de los maduros”. “Me siento como aquel chico que ganó un
paquete de golosinas: Las primeras comió con agrado, pero cuando percibió que
quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente. Ya no tengo tiempo para
lidiar con mediocridades…”.
Que
con los años las prioridades cambian y entendemos la profundidad de las simples
cosas y los nunca pequeños detalles. Que antes se llora “a moco tendido”, que
antes se sabe lo que es dormirse llorando, el llanto, está descrito,
demostrado, relaja, y en alguna ocasión me resultó mucho mejor somnífero que el
Prozac o el Tafil. Pero con el tiempo no solo se cansa el alma, también los
lagrimales, nunca se secan, siempre tienen ahí agua salada almacenada para
cuando la circunstancia, el amar, el querer, la traición, la mentira, o la
palabra esperada llegue, solo que los lagrimales, como uno, maduran también,
quizás más que uno, y entonces se vuelven selectivos, quizás más que uno.
Entienden ellos, con el tiempo, que no todo el mundo merece esa agüita salada,
que debe uno saber a quién se la entrega.
Pero
por muy maduros que seamos la sangre nos sigue corriendo por las venas y las
acciones de ese ser, de ese ser, de ese y no de otro, buenas o malas, tienen un
efecto, y mujeres al fin y al cabo, sentimentales como somos, apasionadas como
somos, intensas como somos, obsesivas como somos, posesivas como somos,
asfixiantes como podemos ser, siempre que somos mal pagadas, sin querer y a
veces hasta queriendo activamos esos lagrimales, solo que como el amor, el
llanto también se transforma. Eso se lo expliqué a mi amiga mucho después de la
carcajada. Antes, solo le había dicho, que con los años mi llanto había mutado,
una metamorfosis, como la oruga. Ráfagas, le dije. Y como sabía que ella bien
entendería resumí: Se trata de un llanto tipo cólico. Segundos después fue que
vino la bendita carcajada. Efectivamente había entendido. Perfectamente.
El
cólico es un dolor muy muy fuerte, de aparición repentina, casi inaguantable,
pero intempestivamente desaparece. Eso muy bien que lo sabe mi amiga. Bueno
así.
Ahora,
el que he bautizado como el “llanto tipo cólico” (quizás lo patente). Esas
ganas de llorar locas, fuertes, muy fuertes, pero tan fuertes como breves, como
cortas, pasan, y ya. Atrás queda el quedarse dormido llorando, ahora, con el
valioso tiempo de los maduros analizas el contexto y no solo memorizas lo
bonito, y, afortunada o lamentablemente, lo malo también se hace presente. Con
el valioso tiempo de los maduros entiendes que quizás habías confundido
extrañar con recordar, y que resultan dos cosas totalmente diferentes. Con el
tiempo quizás le aciertas a cuándo debes extrañar y cuándo tan solo recordar.
Quizás.
Quizás
también, los besos más sentidos e inolvidables tienen sabor a lágrimas...
“El
carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí
aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas…”. Por el
Garrik, el de “Reír llorando”, de Peza, finalmente terminamos paseando…