Prensa.
EFE.
Todas las madrugadas, antes del amanecer,
los miembros de la Asociación Jauarí de Mojú, municipio en el estado amazónico
de Pará, se adentran en la selva brasileña, como atentos guardianes de la
Amazonía, para recoger durante horas los frutos que venderán a la industria
cosmética.
Para las 35 familias que viven a la vera
del río Mojú, a tres horas de barco de la ciudad de Belem, la capital de Pará,
el 'extractivismo' es más su vida que su trabajo: es la oportunidad anhelada de
dar un salto en su desarrollo económico sin renunciar a la misión de preservar
el bosque en pie.
"Soñamos en poder extraer por
nuestra cuenta el aceite de los frutos para lograr venderlo a las
empresas", dijo a Efe Francisco José Ferreira Pereira, presidente de la
Asociación Jauarí.
Pero por el momento, los ribereños deben
conformarse con cultivar frutas como açaí, murumuru o andiroba, base de la
economía de la comunidad y única fuente de renta fija, que venden a las
compañías.
Mientras los adultos trabajan bajo el
calor bochornoso que azota esta región durante todo el año, los más pequeños
suben al barco que los dirige a la escuela, donde se encontrarán con compañeros
de otras comunidades.
Sin cobertura celular, aunque con
smartphones, la comunicación no es fácil en la orilla del Mojú. Por eso, como
enfatiza Ferreira, "tratamos de tener mucho contacto con otras
asociaciones e intentamos trabajar con ellos lo máximo posible".
Su trabajo no sólo abastece a la
industria cosmética y farmacéutica sino que preserva la selva amazónica de la
deforestación ilegal que amenaza permanentemente este tesoro universal.
El titular del Consejo Nacional de las
Poblaciones Extractivistas, Joaquim Correa de Souza Belo, lo tiene claro:
"los gobiernos, los organismos internacionales y las empresas tienen mucha
responsabilidad sobre nosotros, porque nuestra lucha es, al fin y al cabo, la
lucha de la Humanidad", señala a Efe.
Para el representante de las miles de
comunidades que viven en la selva y que ocupan unas sesenta reservas
'extractivistas' de los más variados tamaños, reconocer el papel de las
asociaciones como la del río Mojú implica "avanzar en políticas públicas,
sociales y estructurales que preserven su modo de vida".
Una forma de vivir a la que, como se
apura en señalar Ferreira, no le falta de nada, aunque a veces los servicios de
los que disfrutan les salen caros.
"Una vez al mes viene a buscarnos
un autobús para que podamos ir de compras a Belem, pero a cambio tenemos que
comprar en el supermercado del propietario del vehículo", lamenta el
presidente de la asociación.
Ferreira tan sólo ve un inconveniente en
vivir tan alejado del principal núcleo urbano del estado: el sistema de salud.
"En el municipio entero la sanidad
es precaria, el hospital más cercano está a cuatro horas de camino. Tuvimos que
comprar un barco justamente para ir más rápido porque ni siquiera viene un
médico a visitar a nuestros hijos", explica mientras su bebé de dos años
juega entre sus piernas.
Con todas las pegas, Ferreira, que nació
en la cercana población de Barcarena y que llegó a la comunidad de niño, no
planea mudarse, pues -como dice- "a veces hay más y otras menos, pero como
mínimo nunca falta açaí", la fruta que más se cultiva en la región.
Basado principalmente en la extracción
de açaí, el modelo económico y social de estas comunidades amazónicas se
sustenta, en parte, como proveedor de las grandes empresas, que a su vez
fabrican sus productos con la materia prima de la región.
En el caso de la Asociación Jauarí, uno
de sus principales clientes es la multinacional brasileña de cosméticos Natura,
que usa para su línea de jabones el murumuru y la andiroba que recolectan los
trabajadores amazónicos a la vera del río Mojú.
Por Alba Gil