Prensa. Reuters.
Los
científicos que estudian el ébola desde su descubrimiento en 1976 en la
República Democrática del Congo, entonces Zaire, han sospechado desde hace
tiempo que los murciélagos de la fruta son su huésped natural, aunque el
vínculo con los humanos a veces es indirecto porque la fruta que tiran los
murciélagos infectados puede ser recogida fácilmente por otra especie,
extendiendo el virus a animales como los monos.
El
nexo de infección de la vida salvaje lleva a brotes esporádicos de ébola tras
existir contacto de los humanos con sangre y otros fluidos de animales
infectados. Esto sucedió sin lugar a dudas en el brote actual, aunque la escala
de la crisis, que ahora alcanza Liberia, Sierra Leona y Guinea y se ha cobrado
unas 5.000 vidas, refleja fallos posteriores en salud pública.
“Lo
que sucede ahora es un desastre de salud pública más que un problema de gestión
de la vida salvaje”, dijo Marcus Rowcliffe de la Sociedad Zoológica de Londres
que dirige el zoo de la ciudad. El papel de los murciélagos en la propagación
del ébola probablemente sea una combinación de sus inmensas poblaciones, son
los segundos roedores entre los mamíferos del mundo, además de por su inusual
sistema inmune, según Michelle Baker de la Commonwealth Scientific and
Industrial Research Organisation, la agencia nacional científica de Australia.
Baker,
que está intrigada por la capacidad de los murciélagos de vivir en “equilibrio”
con los virus, publicó un estudio con colaboradores en Nature el año pasado
estudiando el genoma del murciélago. Encontraron una inesperada concentración
de genes que reparan los daños en el ADN, encontrando un vínculo entre la
capacidad de volar y la inmunidad. “Esto
plantea una interesante posibilidad de que las adaptaciones que permiten volar
han tenido efectos inadvertidos sobre la función inmune de los murciélagos y
posiblemente en su esperanza de vida”, escribieron. Reuters