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REPORTERO
DESDE CIUDAD DE PANAMA: PERIODISTA ALEJANDRO GARRIDO.
La
República Bolivariana se ha convertido en una potencia exportadora de prepagos.
Los contoneos y provocadores servicios de quienes venden caricias y curvas hoy
se encienden en Panamá. Las colegas de la región, sin embargo, preocupadas y en
cólera alzan su voz de protesta: “las venezolanas se están llevando los
clientes”
ORIANA
MILU LOZADA @Hey_milu
Es un hecho: el barril de petróleo no es
lo único rentable para Venezuela. Tampoco lo único exportable. El oro negro,
aunque devaluado y en picada, se encumbra en los pináculos de venta y, no
obstante, otras curiosidades lúbricas se asoman en las listas generadoras de
divisas. Son otros los yacimientos. Unos en los que también hay expediciones y
perforaciones. Se trata de las camas. Pequeñas minitas. Y sus dueñas lo saben.
Una ola de “damas de compañía”, oriunda de Caracas lo mismo que Valencia, ha
emigrado en búsqueda del sueño dorado. A sabiendas de las devaluaciones del
bolívar y el desmedro de la calidad de vida, decenas de prostitutas criollas
vuelan y se pavonean en otros confines donde el verde billete dólar hace guiños
y coqueteos. La prueba de esto es el último informe de la Oficina de la
Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá: “Se observa un
incremento de mujeres procedentes de Venezuela para ejercer la prostitución en
Panamá, lo que debe analizarse más exhaustivamente para verificar las
condiciones en las que llegan al país y si la actividad realizada responde a
una decisión personal o es fruto de haber sido captada por alguna red de
trata”. Las autoridades no solo lo denuncian sino también las colegas
colombianas. Las venezolanas les están quitando sus clientes, sobre todo en
Panamá.
Las “pretty woman” salen de Maiquetía
con las maletas —cual viaje de negocios— repletas con sus chucherías del
placer. Su destino u oficinas: bares, casinos y hoteles. Sus clientes:
extranjeros calientes. Una vez que llegan a la tierra del Canal se preparan
para hacer negocios y quitarse todo —hasta el nombre. Sus servicios pueden
pasearse entre la púdica suma de 150$ y la obscena cifra de 800$ por noche.
Todo depende de los atributos que les haya dado la naturaleza o el bisturí.
Yina, una venezolana ejecutiva del sexo, lleva seis meses alquilando sus besos
y jadeos en Panamá. El sostén que se asoma a través de su traslúcida blusa la
deja en evidencia. Sus canas reflejan su experiencia entre las sábanas. Los
cincuenta no juegan carrito. Ella captura con sus quiebres de cadera a sus
hombres en el casino del Hotel Veneto: considerado por algunas casquivanas
centro de operaciones ubicado entre la Avenida Eusebio Morales y la calle Vía
Veneto, epicentro del turismo local, a pocas cuadras de los grandes hoteles El
Intercontinental, El Hilton Garden Inn, El Crowne Plaza.
1panama
Una de las abogadas miembro de la
Fundación Casa Latinoamericana (Casalat), organismo encargado de la protección
de inmigrantes, comenta: “Desde hace dos años estamos viendo cómo el número de
prostitutas venezolanas en Panamá ha crecido. Todo esto empezó desde que el
gobierno de Ricardo Martinelli habilitó ‘el crisol de raza’ la fórmula perfecta
para que emigrara todo tipo de personas. A esto se le une la mala situación
económica de Venezuela”.
“La tierra bendita por las bellezas
amables”, slogan que orea el país centroamericano para atraer turistas, lleva
rato siendo más que el canal que comunica el mundo. Desde el 2008 está vigente
el artículo 39 de la Gaceta Oficial del Servicio Nacional de Migración, ley que
suscribe y permite la concesión de Visa de Transeúnte o Trabajadores Eventuales
a todos aquellos que tengan que “matar un tigrito” por tres meses. “Cada año
más de 800 mujeres adquieren dichos
visados para trabajar temporalmente en establecimientos nocturnos”, según
informes de la OIM.
Paola, como se hace llamar entre
parroquianos y los asiduos a sus servicios, viene de Valencia, Estado Carabobo.
Tiene seis meses trabajando como dama de compañía en Ciudad de Panamá. Intentó
ser mesonera pero solo ganaba 700$ al mes. Con su nuevo oficio saca esa
cantidad en cuatro noches. Lleva falda negra y labial rojo. Acaso un predecible
cliché. Es amiga del vigilante del Veneto, él hace las veces de proxeneta, la
protege y le consigue de vez en cuando un cliente ejemplar. “Yo aquí veo más
colombianas, lo que pasa es que las venezolanas están agarrando a los mejores.
Nosotras no somos de casinos. No buscamos a los clientes, ellos nos buscan a
nosotras en las casas de lujo”.
Existen lugares en Panamá que, sin
decoros o falso puritanismo, ondean por todo lo alto la bandera de puteros. En
la concurrida zona bancaria, cerca de Vía Veneto, también barrio de tolerancia,
se emplazan El Elite y Habanos. Estos últimos son las principales casa de cita
por decir lo mínimo. A Habanos, propios y extraños, le ponen dicen “Narriot”,
por estar justo al frente del Hotel Marriot. A la afueras, en El Dorado está El
Gold Time. Bar que, por ejemplo, se describe en su página web como un excelente
lugar para los masajes “terapéuticos”. Recalca Paola: “La gracia por estar
solamente un hora con una caraqueña deluxe puede salir fácilmente en 250$. Dime
tú, ¿cuándo ganamos eso en Venezuela?”
Hay muchachas que optan por vivir en
esta “Tierra de Gracia” pero trabajan en Panamá los fines de semana. Tienen
clientela venezolana, dueña de negocios panameños, que las llama directamente
al teléfono. En el bar Narriot, “Las catiras”, un dúo de amigas que se
prostituye en comunión, atienden a la súplica de los gozones generosos que la
requieren aun en lejanía. “Nos llaman de jueves a domingo. Viajamos desde
Venezuela porque nos gusta trabajar juntas. Hacemos un combo de 600$ el
favorcito con las dos”.
“El Narriot” es menos lujoso que
cualquier otro “puticlub”. Lupanar sin postines ni copete. Más bien discreto y
sombrío. Poca luz y muchos ventiladores que abanican a sus moradores. Con una
sola barra por donde corren frías cervezas y pero también los calores de la
libido. Desprovisto de tubos o de cualquier adorno que revele sus sexuales
compulsiones. En unas de las mesas del fondo se desparrama “La Marquela”,
cartagenera de trayectoria en los bajos fondos. Luego de lanzar una mirada de
desdén dice: “Yo sé que las venezolanas están mejor cotizadas y le pagan más
que a nosotras”. Se acomoda el zarcillo y termina su camelo: “La verdad es que
siempre queremos que nos contrate un cliente venezolano. Ellos te invitan a
bailar y luego te llevan a un hotel bonito. Pero a mí me llaman puros gringos e
italianos”.
La emigración de las jineteras es la
muestra de que un país está en declive. La exclusión social, inestabilidad
política y económica obliga a muchas mujeres a tomar el negocio de la
prostitución. “El peso de ser prepago en otro país no es tan grave como en el
propio. Aquí nadie las conoce, no tienen que esconderse de sus amigos y
familiares” comenta la abogada de Casalat. También existe un gran porcentaje de
profesionales en el asunto que buscan ganar más dinero haciendo lo mismo pero
en otras fronteras. “Panamá tiene el escenario perfecto para que las
venezolanas hagan negocio. Es cálido, hay extranjeros, dólares y clubs que lo
permiten”.
No todo lo que brilla es legal
Las bellezas de patio no son exclusiva
preocupación del gobierno panameño. La tan invocada viveza criolla, categoría
que ha desfogado miles de plumas e interesados en el tema, como el texto de la
escritora Gisela Kozak Ni tan chéveres ni tan iguales, está desatando un
mercado ilícito mucho más grande: la trata de personas para explotación sexual.
Ha desplazado a países con tradición en el crimen como Colombia, Nicaragua y
China. Según expedientes atendidos por la Fundación Casalat, “mucha gente de
Venezuela publica en páginas web ofertas de trabajo para mujeres como azafatas,
mesoneras o bartenders. Allí prometen cubrirle todos los gastos. Cuando llegan
las encierran en un cuarto. De allí no pueden salir hasta pagar sus gastos a
costas de la prostitución”.
Quienes son víctimas no suelen tener
control sobre los clientes. Se les obliga en ocasiones a estar hasta con 10
hombres por noche. No deciden sobre la cantidad de horas y las condiciones en
que deben trabajar. Tampoco donde viven y cuando salir de allí. La abogada de
Casalat asegura: “Yo diría que el negocio de la prostitución da mucho más
dinero que el de las drogas. En 2013 hubo un reporte de un caso detectado en
Colón donde la red mantenía a 50 mujeres explotadas en clubes nocturnos y
hoteles. Se presume que se generaban hasta 500 mil dólares mensuales”.
Pero el abuso de los extranjeros
provenientes de la república bolivariana va más allá. “La policía panameña
suele agarrar a venezolanos en todo tipo de delitos”, comenta la abogada de
Casalat. Fraudes bancarios, estafas legales, clonación de tarjetas, robos y
sicariato. Sin embargo, la prostitución es lo que más destaca. La Organización
de la Inmigración en Panamá hizo un llamado de alerta: “Notable aumento de la
captación de mujeres venezolanas para trabajar en prostitución y posible
aumento de víctimas de trata sexual de nacionalidad venezolana”. “El gobierno
de Panamá le tiene el ojo puesto a los venezolanos”.