En julio, el
aventurero ruso Sergey Ananov se vio obligado a hacer un aterrizaje forzoso en
las aguas heladas que separan Canadá y Groenlandia. Viajaba en helicóptero con
el objetivo de circunnavegar el globo cuando una falla técnica puso fin a su
ambición.
Prensa. BBC
Mundo.
En
este fragmento de su relato, que comienza cuando su aeronave entró en contacto
con el agua, describe su dura batalla para sobrevivir en medio de temperaturas
gélidas y osos polares hambrientos. "Me quité el cinturón de seguridad y
abrí la puerta. El agua helada me llegó inmediatamente hasta el cuello. Pero
tal era la cantidad de adrenalina que corría por mi cuerpo que no sentía frío.
Lea
también: Los científicos que se encuentran sitiados por 5 osos polares en una
remota isla del Ártico. Estaba a sólo 50 metros del trozo de hielo que había
divisado antes de aterrizar. Nadé hasta allí y me subí a él. Tenía un diámetro
de 15 o 20 metros e iba a ser mi hogar por los próximos días. A esta altura, el
helicóptero había desparecido de mi vista: se hundió en las aguas azules en
menos de 30 segundos.
Me
quité el traje de supervivencia. Sin más nada que ropa interior y temblando de
frío saqué todo el agua que pude de dentro del traje. Luego me lo puse otra
vez, completamente húmedo y helado.
Me
acomodé en posición horizontal e inflé la balsa que había rescatado del
helicóptero. Era amarilla y cuadrada. Me la até a una pierna, sostuve el otro
extremo con mi mano y me escondí debajo para protegerme del viento. Tenía cerca
de medio litro de agua y algunas barras de proteínas que sumaban un total de
unas 2.000 calorías. También tres balizas que estaban dentro de la balsa.
Intenté
caminar un poco para mantener la circulación, pero eso me hacía jadear como si
estuviese haciendo ejercicios intensos. No dejaba de temblar.
Monstruo
para asustar a los niños
Algo
que no me preocupaba particularmente eran los osos polares. Mi bloque de hielo
estaba a la deriva, con solo unos pocos otros bloques cerca. El resto era agua
y más agua. Y viento. Pero cuatro horas después de aterrizar, cuando estaba
acostado sobre mi estómago en mi carpa improvisada, tratando de mantener el
calor y respirando superficialmente por la nariz, escuché el sonido de una
respiración profunda cerca de mí. Miré por el hueco que dejaba la carpa y lo
vi: un oso polar, oliendo el aire y caminando hacia mí.
Tenía
que tomar una decisión rápido. Y decidí que como él me había sorprendido, yo lo
sorprendería a él. Salté y tiré la balsa, y corrí hacia él agitando los brazos
gritando: ¡grrrrrrrr! Estaba tratando de mostrar enojo y realmente estaba
enojado: conmigo, con la situación y con este oso que no sé cómo había llegado
hasta mi bloque de hielo. ¡Cómo se atrevía a venir hasta aquí para tratar de
comerme!
Me
habré visto ridículo, como cuando uno pretende ser un monstruo delante de los
niños, pero funcionó. El oso salió corriendo. Pensé: muy bien, sabe quién manda
aquí, ahora tengo que elaborar un poco más mi estrategia. Y así fue como lo
perseguí. Llegamos al límite de mi pedazo de hielo y saltó hacia otro. Yo no
podía, así que me quedé en el borde con los brazos en alto, rugiendo. Y me di
cuenta de que el paisaje había cambiado a causa del viento. Mi bloque ya no
estaba aislado sino pegado a muchos otros.
Era
un hecho, ahora ya no estaba a salvo de los osos.
El
oso corrió por otros 25 metros. Paró, se sentó y se giró para mirarme, sin
hacer ruido, como si fuera un perro. Quería saber qué era lo siguiente que iba
a hacer. Yo también. ¿Qué podía hacer? No podía volver como si nada hacia mi
balsa. Así que me quedé parado allí y seguí rugiendo, tratándole de dejar en
claro que no era bienvenido en mi isla.
Los
osos polares no son territoriales y evitan la confrontación.
Nos
quedamos así como por un minuto. Luego se levantó y empezó a caminar
lentamente. Cada cinco segundos él miraba por sobre el hombro para ver qué
estaba haciendo. Solo cuando estuvo a unos 100 metros y no nos veíamos bien por
la niebla me senté.
'¡Oh
Dios!', pensé. '¡Eso sí que fue un desafío! ¿Volverá? Probablemente sí, sabe
que aquí hay comida'. Desde ese momento me quedé sentado mirando el horizonte
en busca de osos.
Primera
bengala
Poco
después de este episodio escuché el sonido de un avión. Yo era invisible en
medio de la espesa niebla pero igual tomé una de las balizas y la disparé. Se
encendió por 30 segundos hasta que se apagó. El sonido del avión se fue
haciendo más tenue. Obviamente, el piloto no me había visto.
Tuve
que reconocer que debido a la niebla, al hecho de que me había movido del lugar
de aterrizaje, al frío extremo y los osos, mis chances de supervivencia eran
muy limitadas. Esa noche cerré los ojos pero no dormí. Me ordené no dormir por
si se acercaban osos. Para mi sorpresa, logré mantenerme así hasta la mañana.
Pasó otro avión y lancé otra baliza con exactamente el mismo resultado. Esa
mañana, se me acercó otro oso y lo corrí igual que al primero. Otra vez, salió
corriendo y se sentó a mirarme desde lejos.
Por
la tarde, apareció un tercero, al que expulsé de la misma forma que a los dos
anteriores. Sé lo que estás pensando. ¿Cómo estoy tan seguro de que eran
distintos osos y no el mismo? El hecho de que los tres se hayan comportado de
la misma manera indica que eran diferentes. Si hubiese sido el mismo habría
aprendido de su experiencia, y hubiera sido menos temeroso la segunda vez, más
insistente.
Rescate
Hacia
el final del segundo día cambió mi suerte. Se levantó la niebla y vi a unos
cinco kilómetros un poderoso haz de luz. ¡Un rompehielos! Pensé que se enfilaba
en mi dirección, así que encendí mi última baliza. Y 36 horas después de mi
accidente vi exactamente lo que me había imaginado tantas veces: un helicóptero
de rescate canadiense se acercaba hacia mí.
Al
poco tiempo estaba arriba tratando de abrazar a mis rescatistas que me decían:
'¡Cálmate, cálmate. Todavía hay que llegar al barco!'. Se sorprendieron al ver
que podía caminar solo, que hablaba normalmente y que en realidad no necesitaba
ayuda.
En
el barco -que había viajado para buscarme- todo el mundo estaba contento. Es
muy raro encontrar a alguien con vida. Me di una ducha caliente y luego me
llevaron a una oficina donde me senté en una gran mesa redonda. Me dieron un
plato del salmón más delicioso que haya probado y que el chef había ahumado a
bordo con una ensalada con aceite de oliva.
¿Segundo
intento?
Creo
que las plegarias de muchos fueron respondidas con mi rescate -mis amigos y
familia, los amigos del camino y muchos a quien no conozco en todo el mundo
pero que escucharon lo que había ocurrido.
Quiero
agradecer a todos lo que rezaron por mí a y los que me rescataron -los
militares canadienses y la guardia costera civil. Nadie me echó en cara el
tener que haber ido a rescatarme. Antes de volver a Rusia me dieron incluso un
oso polar -de juguete- como recuerdo. No completé mi recorrido pero vi cuán
pequeño es el mundo y cuántas cosas todos tenemos en común. Gente de Estados
Unidos, Canadá y otros lugares fueron muy buenos conmigo. Ya no me siento un
ciudadano ruso sino un ciudadano del mundo. Hay una pregunta que todos me
hacen. '¿Lo harías de nuevo?' Es muy simple. Si hubiese podido continuar con mi
viaje desde Canadá lo hubiera hecho sin la menor duda.
Esto
es un deporte. Hay competencias y récords. Y la historia de la aviación es una
larga lista de récords de aviación. Sólo dos personas antes que yo han volado
solos alrededor del mundo, pero lo hicieron en helicópteros más grandes y con
equipos de apoyo. Y yo casi lo logro. Hice el 85%: 42 días de 50 y 33.000 Km de
38.000 Km. Todavía no sé cómo pedirles permiso a mis amigos y seres queridos
para hacer un segundo intento. De rodillas debe pedirles perdón por lo que les
hice pasar, sin saber nada de mí por dos días.
Pero
de rodillas debo pedirles también que me dejen hacerlo otra vez".