Opinión
Internacional. Gustavo Azócar Alcalá. Miami
Nicolás Maduro está poniendo a prueba la
capacidad de aguante de los venezolanos. Pero también está poniendo a prueba a
la dirigencia política aglutinada en la MUD. Los últimos acontecimientos que
han venido ocurriendo en el país y que involucran a la nueva Asamblea Nacional
y a la Sala Constitucional del TSJ, demuestran fehacientemente que el gobierno
revolucionario anda buscando tres objetivos precisos: 1) demostrar que la
mayoría opositora en la AN no sirve para nada; 2) diluir la ola democrática que
se manifestó el 6 de diciembre de 2015 y 3) ganar tiempo para reagrupar fuerzas
e impedir la caída de este régimen moribundo.
El primer objetivo pareciera que se está
cumpliendo. La Sala Constitucional tiene instrucciones de reprobar todas las
leyes aprobadas en la AN. Cada proyecto de ley que llegue a manos del TSJ será
rechazado. La intención es dejar a la AN como un jarrón chino. Algunos
diputados piensan que cada vez que el TSJ rechaza una ley el gobierno de Maduro
pierde puntos. Pero yo estoy empezando a creer lo contrario: la AN también
pierde puntos. Ya hay por ahí algunos venezolanos que empiezan a preguntarse si
valió la pena haber votado el 6D para elegir una nueva AN a la que nadie le
para bolas.
El segundo objetivo no se ha cumplido,
pero el gobierno trabaja afanosamente en su propósito: diluir la gran ola
democrática y opositora que se manifestó el 6 de diciembre de 2015. Hagamos un
poco de historia: en diciembre de 2007 los venezolanos propinamos la primera
gran derrota electoral a Hugo Chávez. Ese año, con una mínima pero muy
importante diferencia de votos, fue derrotada la pretensión totalitarista del
régimen que buscaba modificar la constitución de 1999 para instaurar en
Venezuela un gobierno de corte castro comunista.
Las fuerzas democráticas, apuntaladas en
un movimiento estudiantil vigoroso, que cobró vida tras el cierre arbitrario e
ilegal de la señal abierta de RCTV, se
organizaron e impidieron que Chávez pudiera modificar 69 artículos de la carta
magna para adecuar el texto constitucional a sus deseos megalómanos de
perpetuidad gubernamental. Pero tras haber ganado la consulta, el 2 de
diciembre de 2007, la oposición cometió un gravísimo error que en política se
paga muy caro: se durmió en los laureles. Los líderes de oposición se
emborracharon de poder. Los partidos políticos desaprovecharon aquel 51% de
votos obtenidos en el referendo y en lugar de organizar una agenda de trabajo
que permitiera buscar la salida constitucional del gobierno de Hugo Chávez,
empezaron a trabajar en sus propios proyectos personalistas y de grupo (las
gobernaciones y alcaldías) y eso hizo que la gran ola democrática y opositora
que recorría gran parte de Venezuela se diluyera en los meses venideros.
En 2008, los partidos descuidaron su
objetivo fundamental (salir de Hugo Chávez) y concentraron sus esfuerzos en
tratar de conquistar espacios de poder. El resultado: el oficialismo ganó 17
gobernaciones y la oposición 5. La gobernación de Amazonas no tuvo elección. La
ola opositora de diciembre de 2007 se diluyó. Algo parecido pudiera estar ocurriendo
en 2016. Como todo el país muy bien lo sabe, las fuerzas democráticas ganaron
holgadamente las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre de 2015.
La MUD obtuvo 112 diputados (81 nominales, 28 por listas y 3 representantes
indígenas) mientras que el PSUV alcanzó 55 diputados (32 nominales y 23 por
listas). Según el portal oficial del CNE, la oposición ganó con el 65.27% de
los votos, mientras que el oficialismo apenas llegó a un 32.93%.
Pero en lugar de aprovechar ese inmenso
caudal electoral de 65.27% y convertirlo en una fuerza demoledora para tratar
de sacar del poder a Nicolás Maduro, los partidos comenzaron el año 2016
desarrollando sus propias estrategias políticas para adecuarlas a sus intereses
y sus ansias de poder. Esa es la razón por la cual los partidos que integran la
MUD no lograron ponerse de acuerdo con relación al mecanismo que había que
aplicar para salir de Maduro. Unos propusieron enmienda. Otros la renuncia.
Algunos la Constituyente y otros el revocatorio. Como no hubo consenso, la
decisión fue salomónica: hay que activar todos los mecanismos al mismo tiempo.
El resultado: han pasado casi 4 meses y todavía no se le ve el queso a la
tostada, mientras que el oficialismo se atrinchera, se refuerza y coge un
segundo aire.
En mi modesta opinión, lo primero que
debieron haber hecho nuestros 112 diputados, al día siguiente de haber sido
juramentados en la nueva AN fue recorrer cada rincón de Venezuela recogiendo
firmas para solicitar la activación de un Referendo Revocatorio. El 6 de enero,
24 horas después de haber tomado posesión de sus curules, cada diputado
principal y suplente debió haber estado en un municipio recogiendo rúbricas. La
primera decisión que debió adoptar la junta directiva de la AN el 5 de enero
debió ser la aprobación de una resolución mediante la cual se le solicitaba al
CNE la activación del mecanismo constitucional para revocar a Maduro.
Hagamos historia una vez más: el primer
referendo convocado por Hugo Chávez se llevó a cabo el 25 de abril de 1999,
apenas 2 meses y medio después de que éste asumiera la presidencia de la
República. Chávez ganó las presidenciales el 6 de diciembre de 1998. Tomo
posesión el 2 de febrero de 1999 y ese mismo día, sin pérdida de tiempo, firmó
el decreto convocando a un referendo consultivo para activar la constituyente.
Chávez no dejaba respirar a sus enemigos.
Una de las reglas de oro de la política
es que al enemigo no se le puede dejar pensar. Cuando el adversario está
acorralado en una esquina, boqueando, sin aire, tratando de asimilar el certero
golpe que le han propinado en el mentón, el retador se va a la otra esquina a
tomar agua, se sienta en el banquito, y espera solamente que el árbitro reanude
el combate. Tan pronto se reinicia la pelea, el retador no permite que el otro
boxeador recobre el sentido. El retador sabe que si quiere ganar la batalla,
tiene que ir con todo. Tan pronto como el referí haga el conteo de protección y
se retire, dejando completamente sólo al boxeador, el retador se irá sobre él
para propinarle un solo golpe que lo deje tirado en la lona y se acaba la
historia.
Eso era exactamente lo que debía haber
hecho la MUD y sus 112 boxeadores en la nueva Asamblea Nacional. Debimos tomar
la calle el 6 de enero, recoger 10 millones de firmas y consignarlas en el CNE.
Debimos aprobar un decreto, el mismo 5 de enero, convocando a referendo
revocatorio. Debimos convocar a todos los venezolanos demócratas a la sede del
CNE y emplazar a Tibisay Lucena a que nos entregara las planillas el día
después de haber instalado la nueva AN. En pocas palabras, teníamos que
propinarle al gobierno un golpe certero en el mentón, tirarlo a la lona y no
permitir que se volviera a levantar.
No lo hicimos de esa manera. Nos
emborrachamos de poder una vez más. Cada partido sacó su propia calculadora.
Nos descuidamos. Y dejamos que Nicolás Maduro se atrincherara en la Sala
Constitucional del TSJ, desde donde se montó una barricada para impedir el
avance de las fuerzas democráticas y desconocer la mayoritaria manifestación
popular del 6D.
La gran duda que queda en el aire es
saber si los partidos que integran la MUD harán en 2016 exactamente lo mismo
que hicieron en 2007. Hace 9 años, descuidamos el caudal electoral que
obtuvimos en el referendo que le ganamos a Hugo Chávez y escogimos el camino de
las elecciones regionales antes que el camino para salir de Chávez. Este año
todo parece indicar que podría ocurrir exactamente lo mismo: los partidos
empiezan a mover sus piezas para concentrarse en las elecciones regionales de
gobernadores y parecieran estar descuidando el objetivo fundamental por el cual
casi 8 millones de venezolanos salimos a votar el 6 de diciembre de 2015: salir
del nefasto gobierno de Nicolás Maduro.
Alguien debe recordar a la MUD que los
venezolanos no votamos el 6 de diciembre por ningún partido. Tampoco lo hicimos
por algún candidato en particular. El 99% de los electores que salimos a votar
el 6D lo hicimos porque queremos sacar a Maduro del Palacio de Miraflores. Ese
proceso electoral fue un plebiscito. Fue una manera de decirle a Maduro que no
estamos con él. Y fue una orden tajante
y directa a los factores democráticos: los venezolanos queremos salir de este
gobierno y lo queremos hacer ya. No mañana ni pasado mañana. Hoy mismo.
Los partidos y los líderes políticos
deben entender que si ellos no acatan esa orden el mismo pueblo que salió a
votar el 6D buscará la manera de que esa orden se ejecute. Se equivocan
aquellos que sacan la hoja de cálculo para ver cuántos diputados tiene el partido
X o el partido Y, o cuántos votos tiene el candidato zutano o el candidato
mengano. No es momento de contar y repartir gobernaciones.
Ya basta de agendas ocultas y tanto
cálculo político. No cometamos en 2016 el mismo error que cometimos en 2008,
tras haber ganado el referendo de 2007. Las elecciones regionales son
importantes. Por supuesto que lo son. Todos queremos salir de esos gobernadores
socialistas y revolucionarios que tienen a nuestros estados convertidos en un
completo desastre. Pero tanto o más importante que eso, es salir de Nicolás
Maduro y su bochornoso gobierno. Esa y no otra debe ser la prioridad.