Opinión
Radial. Cesar Miguel Rondón.
Con mucha tristeza y pesar esta mañana
escuchamos las palabras de despedida de Cesar Miguel Rondón ya que la dictadura
ordeno la salida del aire de su programa de las mañanas.
PARA ESCUCHAR AUDIO DALE PAUSA AL
REPRODUCTOR EN VIVO DE CRIOLLA 92.9FM ELORZA QUE ESTA EN ICONO DERECHO.
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Queridos lectores, permítanme en el día
de hoy contarles una pequeña historia. Corría el año de 1951, Venezuela estaba
bajo una férrea y cruel dictadura militar. En la Penitenciaría Nacional de
Venezuela, en San Juan de Los Morros, estaba preso César Rondón Lovera. Era
evidentemente un preso político. Militante de Acción Democrática era un
activista contra la dictadura.
En la ciudad de Caracas, otra joven
activista política contra la dictadura había superado ya el arresto
domiciliario. Ella, Roselena Tejeda, vivía en una pequeña y modesta casa en las
veredas de Propatria. Un tercero logró, gracias a sus buenos oficios, que la
dictadura los sacase del país, expulsados, exiliados. Pero los jóvenes rebeldes
estaban enamorados y era perentorio casarse antes que nada. Así, acompañada por
un par de vecinos, la jovencita Roselena fue hasta San Juan de Los Morros y
allí, en la cárcel, se casó con el preso político César Rondón Lovera. No hubo
noche de bodas, no hubo luna de miel. Ella regresó a Caracas, a Propatria, con
sus dos vecinos. Pero una boda siempre es algo importante, siempre es algo para
celebrar así el novio no esté presente. Los vecinos le prestaron un traje
blanco, y, como si fuese Scarlett O’Hara, Roselena, siempre tan ingeniosa ella,
se armó de una cortina, la pantalla de una lámpara e improvisó un traje de
novia. Entonces en su bicicleta salió a recorrer las veredas de Propatria.
De inmediato la acompañaron todos los
vecinos, y el guardia nacional que la vigilaba también se montó en su bicicleta
para seguirla y quizá también para celebrar. Así fue la boda de Roselena. Dos
semanas después, volvieron a encontrarse los novios recién casados en el
aeropuerto de Maiquetía. Los guardias nacionales le quitaron las esposas a
César Rondón Lovera, y a la parejita la montaron en el primer avión que saliera
sin importar el destino. Luego de unos cuantos días en La Habana, terminaron
llegando a México. En la inmigración le preguntan a César Rondón Lovera, en su
condición de exiliado político, si ya tiene trabajo. Y él dice sí, yo voy a ser
el chofer del poeta Andrés Eloy Blanco. Eso era lo que habían acordado. El
detalle, Andrés Eloy no tenía carro. Para agradecerle tanta gentileza y
solidaridad, los recién casados decidieron que su primogénito sería ahijado del
gran poeta cumanés.
Comenzó así una vida en el exilio dura,
llena de penurias. Y un par de años después nació el primogénito. Ese
primogénito es el que en esta dolorosa mañana les habla. Fueron años
complicados, de persistente escasez económica, de dificultades de todo tipo.
Después de mí vinieron mis dos hermanos menores. Y como no había familia,
porque no teníamos tíos ni tías ni abuelos, la inmensa comunidad de adecos y
comunistas exilados pasó a ser nuestra familia. Así comenzó la sana costumbre
de pedirle la bendición a la periodista Ana Luisa Llovera, como si fuera
nuestra abuela, o a la poeta Lucila Velásquez, como si fuera nuestra tía.
Así crecí, en mucha modestia. Y me
llamaba mucho la atención que la conversación recurrente en esa casa, llena de
exilados políticos, era siempre Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela.
Venezuela hasta el cansancio, Venezuela siempre. En la casa había un cuarto de
huéspedes. Pero en el exilio no hay huéspedes sino compañeros que son como
hermanos. Y en ese cuarto de huéspedes dormía Justo Camargo, otro exilado
venezolano. En la noche del 23 de Enero de 1958, el niño que alguna vez yo fui
tuvo miedo. No sé, miedo a la oscuridad, miedo a tantas cosas. Y como tantos
niños asustados decidí ir a dormir con mis papás. Me acosté en medio de los
dos. De repente la puerta del cuarto empieza a retumbar. Un estruendo de
golpes.
Sobresaltados se despiertan mi papá y mi
mamá y el niño que yo era también. Y cuando abren la puerta aparece Justo
Camargo despeinado, como alumbrado por dentro y grita: ¡Cayó Pérez Jiménez! En
ese instante pasó una cosa extraordinaria. Esos tres adultos empezaron a
brincar en la cama, agarrados, como si hicieran una rueda infantil. Gritaban
felices, lloraban de alegría. ¡Cayó la dictadura! ¡Cayó Pérez Jiménez! Yo, muy
asustado, los veía desde abajo. Desde ese día entendí que la libertad es una
fiesta.
Pronto, en el primer vuelo que salió a
Caracas, vinimos mi papá mi mamá y mis dos hermanos. Al llegar a Maiquetía un
sol inmenso me encandiló, y conocí entonces por fin a mis tíos verdaderos, a mi
familia verdadera. Mi papá fue electo diputado y un día me llevó a conocer el
Congreso Nacional. Era yo muy pequeñito y me mostró los jardines del palacio.
Sus palabras jamás se me olvidaron: “Hijo este es el Congreso, aquí manda el
pueblo. Esto es la democracia y eso tienes que entenderlo y tienes que
respetarlo. Y algo muy importante, más nunca nos vamos de Venezuela”.
Desde ese día entendí que había que
querer la democracia, respetarla y defenderla. Defender el país, defender sus
instituciones, defenderlo todo. Como en mi infancia, siempre la misma palabra:
Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela. Lamento mucho tener que contar esta
historia. Y lo lamento porque en estos tiempos absurdos, crueles, oscuros,
injustos, terribles y miserables que vivimos hay que aclarar lo que está claro.
Yo soy venezolano por nacimiento. Lo garantizan la Constitución Bolivariana de
Venezuela y mi vida misma. Como diría
César Vallejo, perdonen la tristeza..! . así se despidió Cesar Miguel Rondón
después que la dictadura de Maduro Ordenará cerrar su programa radial de todas
las mañanas