Prensa.
Climax-mochileros. @norkis_arias
La experiencia de viajar con lo justo y
la menor cantidad de lujos posibles es un estilo de vida. El deseo de comerse
al mundo con poco equipaje multiplica seguidores. En Venezuela esta práctica se
hace cada vez más común. Es el resultado de vivir en un país con numerosas
bondades naturales. Sin contar los paquetes turísticos que se devalúan antes de
tener la maleta lista. En estas vacaciones quizá sea la mejor alternativa
La intensidad del sol zuliano hacía que
el bolso de Norali Quintero se sintiera más pesado de lo habitual. Los
kilogramos parecían multiplicarse como bacterias ante la empinada subida montañosa
en el trayecto hacia la Sierra de Perijá. Cada paso que daba la acercaba más a
su destino, pero la molestia en su rodilla izquierda la hacía anhelar la
comodidad de su casa. Un río marcaba la pausa del trayecto. Antes de continuar
el ascenso por la llamada “Cuesta del diablo” se refrescó en ese torrente
fluvial que fue el divino remedio a su agotamiento. Esa misma costumbre tienen
los indígenas de la comunidad Yukpa que habitan la sierra. Compartir con ellos
fue la experiencia que marcó el fin de 2015 para ella.
“Conocer gente nueva es una
retroalimentación que se hace uno como individuo. Cuando paso mucho tiempo sin
conocer gente nueva me siento estancada. Viajar te permite culturizarte, darte
cuenta de cosas que capaz tienes de frente y nunca las ves. Es un momento para
encontrarse a uno mismo. Para determinar planes, proyectos o pensar en frío en
las cosas que se quieren en la vida. A mí mochilear me permite todo eso”,
expresa con ímpetu.
Norali fue una mochilera más de los 38
que reunió la asociación civil Venezuela Verde para conocer la Sierra de
Perijá. La organización nació en 2008 con el propósito de formar consciencia
ambiental en los ciudadanos. Talleres educativos y campañas electrónicas son la
forma de promulgar sus valores ecológicos, pero desde hace un año programa
viajes donde enseña a sus miembros a cuidar el medioambiente. Ya son 1.200
miembros registrados como mochileros.
Quedarse en hoteles y resorts con todo
incluido no deja de ser una opción para muchas personas, pero el turismo de
aventura crece con velocidad. De acuerdo con el informe anual de Adventure
Travel Trade Association (ATTA) en 2015 este tipo de turismo generó ganancias
de 263 mil millones de dólares a escala mundial. Es una de las categorías que
más rápido crece y fortalece las economías locales mientras incentiva las
prácticas sustentables. Solo hacen falta tres condiciones: realizar una
actividad física, experimentar contacto con la naturaleza y que se produzca un
intercambio cultural.
Venezuela Verde incentiva esta modalidad
en auge. El año pasado la meta de la organización fue el tepuy Roraima en la
Gran Sabana y este año espera llegar hasta el Salto Ángel con 50 mochileros. La
travesía comenzará en Barquisimeto y serán 120 kilómetros de recorrido. José
Manuel Silva, director general de la asociación, nunca ha tenido problema para
acampar. Es uno de los hábitos que mantiene de haber sido un boy scout del
estado Lara, una tierra crepuscular.
Luchar contra el prejuicio es uno de los
retos que enfrentan los mochileros según el larense de 32 años. Es difícil
lidiar con “la mala vibra de todas las personas en las redes que piensan que
uno no trabaja. Sí trabajamos, solo que no tenemos un jefe, somos nuestros
propios jefes”.
Aunque Valentina Quintero sigue siendo
la más icónica, ya no es la única referencia de turismo nacional. Las nuevas
generaciones de relevo se hacen presentes con la inmediatez de las redes
sociales. Ahora no es raro encontrarse con viajeros venezolanos que comparten
sus experiencias en blogs o en Instagram, a veces en ambas plataformas o más.
Hurgando en la etiqueta de #BloggersConMochila es posible encontrar las
vivencias de cuatro jóvenes carabobeños que recorren el país y lo plasman en
fotografías. Gustavo Celis, Eduardo Monzón, Henry Aguiar y Miguel Ortega iniciaron
este proyecto a mediados de 2015 y no han parado de redescubrir el país, juntos
o individualmente, para ofrecer una perspectiva más de lo que significa viajar
por Venezuela sin lujos.
Eduardo Monzón tiene 28 años y es
periodista. Poco a poco se fue desprendiendo de los empleos que restringieran
su horario para dedicarse a ser freelance y poder anotar en su agenda más
viajes que obligaciones. Para él recorrer tierra criolla es “reconciliarte con
tu país, valorar lo que tenemos, conocerlo. Es muy valioso conocer a otras
personas y hacer amigos. Conocer la verdadera identidad del venezolano”.
Sus destinos predilectos son aquellos
donde sus pies descalzos puedan fundirse en la maleable arena, en la húmeda
montaña, en las ásperas rocas o en el pinchar de la grama. Por eso el nombre de
su blog define su andar: él es un viajero de naturaleza. Y aunque su tiempo
libre se reduce a las travesías, las redes sociales y la actividad física, no
es ningún picaflor. Esos mismos pies descalzos están bien sembrados en la
realidad.
La seguridad, el transporte público y el
servicio son las fisuras que según él tiene el turismo criollo. “Muchos
terminales no tienen sala de espera o baños públicos acondicionados. También es
necesario que haya más flota de autobuses”, opina y agrega que al trabajador
turístico “no le cuesta nada atender bien a la gente que está pagando por un
servicio. Hay pocas personas que te tratan como consumidor”. La cordialidad es
un valor que a veces se ausenta en los empleadores turísticos, pero se encuentra
en los residentes del lugar visitado. Ellos son la genuinidad de las historias.
El venezolano siempre guarda entre sus
labios la frase “Venezuela es el mejor país del mundo”. Quizás lo que en
realidad quiere decir es que Venezuela cuenta con atractivos naturales
envidiables. El calificativo de “mejor” puede reservarse para cuando se
respeten las instituciones, se reduzcan los índices de homicidio e impunidad,
sea una potencia económica, no haya crisis hospitalaria y puedan encontrarse
alimentos sin perder un día o más en su búsqueda. A pesar de todas estas
razones, el amor que se tiene por el país es inagotable y en la mochila solo
cabe buena vibra para descubrir los paisajes que no ha moldeado el hombre. Lo
negativo se queda en casa. “No hay que dejar que el temor a la inseguridad te
paralice, ni te traume. Tienes que ir confiando en que todo va a salir bien.
Eso, unido a un comportamiento racional que es la precaución”, comenta Eduardo.
Un afro recorre el trópico
Otra cara conocida en Instagram es la de
Yoendry Prieto, un maracucho de 25 años que divide su distinción entre su
exuberante afro y la prenda con que posa en todos sus viajes. Es un poncho
estampado con el tricolor de la bandera nacional y hasta posee un hashtag
propio: #ElPonchoViajero. En un país donde los paquetes turísticos caducan sin
haber terminado de equipar, Yoendry prefiere ser el guía de sus recorridos.
Adoptó este estilo desde 2013 cuando emprendió un viaje a Chuao con una amiga y
le agarró el gusto a no depender de más que lo pudiera cargar en sus hombros.
Al ser mochilero “tú decides tu itinerario, las cosas que deseas hacer y hacia
dónde vas. Los planes pueden cambiar en cualquier momento y no nos preocupa,
nos emociona el hecho de que sucederán cosas que no esperábamos. La aventura es
felicidad y cada detalle es algo grandioso”, explica.
Es fotógrafo freelance e invierte sus
ganancias en él mismo, en ser un coleccionista de experiencias. El tiempo le ha
servido para aprender a empacar lo necesario. En un principio pecaba por
desconocimiento, pero cada ruta mejora su experticia. La pena no está en su
vocabulario. No teme pedir la cola, sea un buen o mal recuerdo, es una anécdota
para contar. Por el contrario, su preocupación son los gastos imprevistos que
puedan surgir en un viaje, enfermarse en mitad de uno o que la lluvia se
convierta en un tormento incómodo para acampar.
Las mujeres se suman
El estrógeno también dice presente en la
aventura. El prejuicio califica a la mujer como el sexo débil, pero esto no
incomoda a Jesikka Balzán. Ella aprovecha su contextura menuda para pedir un
aventón cuando demora el transporte y para solicitar orientación. “Soy
chiquita, flaquita, parezco una niñita. Siempre hay alguien que me ayuda”, dice
la maracucha de 28 años que aparenta estar comenzando los 20.
“Entiendo perfectamente el estado en el
que está el país con la inseguridad, pero yo no voy con esa mentalidad porque
eso es alimentar más el miedo. Eso lo que hace es frenar tus ideas, sueños
y proyectos”, expresa Jesikka, quien se
une a Yoendry y a Eduardo para formar una tripleta de bloggeros que viajan con
Venezuela cuesta arriba.
En pueblo de mochileros, donde relata
sus vivencias, se avecinan anécdotas porque su más reciente travesía está por
comenzar. A finales de enero descubrirá Suramérica en la compañía de su novio.
Vivirá el Carnaval a todo color en los desfiles de Brasil. Ella no tiene fecha
de regreso, pero para el venezolano que no tiene ni siquiera fecha de partida
también hay opciones en su tierra natal.
La alergia al tumulto es compartida por
los tres bloggeros. Evitan viajar en temporada alta por el colapso de los
destinos. Sin embargo, todos coinciden en que un lugar amable, incluso en
fechas concurridas, es el estado Mérida. Su diversidad de opciones permite
hacer un turismo distante de los sitios tradicionales como lo son el monumento
a la Loca Luz Caraballo; los parques temáticos como la Venezuela de Antier, Los
Aleros, la Montaña de los Sueños; la laguna de Mucubají.
Otros lugares andinos que de ninguna
manera se abarrotan de gente son Sierra Nevada, Sierra de la Culata, Gavidia y
el Pico Bolívar. Son una buena alternativa para quienes quieran disfrutar del
carnaval. Si sol es lo que pide el cuerpo la costa de Aragua tiene playas donde
todavía puede hallarse un poco de paz en los feriados. Chuao, Tuja y Cepe es lo
recomendado. Un idílico atardecer frente al mar nunca debe ser despreciado. La
Península de Paria y los llanos son otros destinos poco comerciales.
Sin importar la elección de las próximas
vacaciones el secreto para viajar por Venezuela, más que jugar al detective
analizando al otro, es escudarse de positivismo, entender que mochilear no es
sinónimo de pasar roncha —las posadas son válidas—, equiparse con lo
estrictamente necesario y olvidar la existencia de la palabra miedo.