Prensa. Propáez
Ong. Alto Apure. (ALJER)
Don
Publio Sánchez hijo de doña Luisa Sánchez (la misma que leía las cabañuelas),
fue testigo presencial de la metamorfosis del Guasdualito provinciano de
principios y mediados del siglo pasado (XX), al pueblo con calles de asfalto y
electricidad. Toda una fuente viva de historia local, cuya memoria se mantuvo
lucida siempre, recordando con claridad los principales acontecimientos
ocurrido en el Periquera viejo. Grato era oírle los relatos de la batalla de
Guasdualito, en donde su padrino el general Jesús Antonio Ramírez y el general
Benicio Giménez enfrentaron con bizarría a las fuerzas hostiles de Roberto
Vargas (a) El Tuerto, y de Emilio Arévalo Cedeño.
Este
personaje, recordado por muchos guasdualitenses fue el encargado de trasladar
el reloj de la iglesia (hoy catedral) Nuestra Señora del Carmen, desde San
Cristóbal (Táchira) a nuestro pueblo. Pero eso es otra historia, por ahora se
presenta su testimonio escrito referente a un suceso que conmociono al pueblo
en su momento.
ASSIN
Y MUSTAFÁ
Puertas
afuera, en la calle Real y la avenida Miranda, el pueblo veía crecer los
comercios de los italianos y árabes. Estaba el Cedro del Líbano de Jorge Assin
y luego llegaron Vicente y Juan Mustafá, vendedores ambulantes de la calle,
entre otros. Un día que se pensaba como cualquier otro del año 34, dicen que
Juan Mustafá -contaba don Publio- le entregó mal las cuentas a Assin y éste lo
llamó ladrón. Mustafá muy molestó por la ofensa lo amenazó: "Usted no me
puede decir ladrón a mí, paisano, usted me está ayudando y no le acepto que me
diga ladrón. Yo a usted lo mato, lo mato". La mayoría de la gente pensaba
que era en broma y que el suceso no tendría mayor trascendencia, pero no fue
así.
Tres
días después, "yo corrí hacia allá a las siete de la mañana y veo ese
escandalón, pregunté qué había pasado y me dijeron: "Ahí está Assin tirado
en el suelo, muerto e’ bola". Mustafá le había metido más de una decena de
puñaladas con "una pico de loro" por todo el cuerpo. Dicen que Assin
corrió para pedir auxilio y salvarse, "fue para el negocio de Juan la
Puerta porque estaba abierto, vio como un pasadizo y se fue por ahí, pero no lo
pudo abrir, quedó afuera y no se pudo defender, estaba todo
ensangrentado". Al final de aquel ataque violento exhalaba su último
suspiro en la sala de ese comercio.
Mientras,
Juan Mustafá, hombre muy robusto, intentaba huir por la calle hacia la
prefectura, "Orozco, un muchacho de diecisiete años, con un negocito en la
esquina de las Dugartes, que tenía entre las cosas que se podían vender al
público algunos machetes, se enfrentó a Mustafá con uno y lo entregó a la
policía". Lo puso en las manos de Rivero (jefe civil) que lo llevaría
atado con grillos hasta el cuartel de custodia de presos que tenía el general
Ramírez. Seguro ese fue el instante cuando le pidieron que se lavara las manos,
a lo que él replicó: "No porque yo acabo de matar a un marrano".
Luego se lo llevaron a la prisión de San Fernando, en la que logró organizar
empresas de trabajo para los detenidos, por eso y por su buen comportamiento sin
antecedentes, le bajaron la condena. "Lo que pasa es que él se disgustó
mucho por lo que le dijo Assin. (Sic)