Opinión.
Richard Macea.
Durante muchos años en Venezuela se ha
tenido una errada concepción de la riqueza y lo que ella significa. A través
del populismo los gobiernos socialistas desde 1958 hicieron creer que por tener
petróleo y demás recursos naturales no renovables el país era rico, y por ende,
el hecho de poseerlos en nuestro suelo, los venezolanos éramos merecedores del
producto de sus rentas.
Esta estrategia tenía – o tiene – un
doble propósito. Por una parte, hacer del venezolano un ser inerte y dependiente
de las dádivas del rentismo; generando los aros de miseria que hoy abundan. Por otra parte, formar clientelismo en todas
las élites gobernantes, contribuyendo de esta manera a provoca los males más
terribles, como el populismo, que consumen a la nación venezolana: Compadrazgo,
nepotismo, corrupción y un incipiente aparato productivo totalmente quebrado.
Décadas de despilfarro e infortunio
tiene que dejar en nosotros grandes reflexiones:
1. Materia prima no es riqueza. Nuestra
realidad así lo demuestra; con petróleo, oro, hierro, coltán y un sinfín de
recursos naturales y materias primas – en 2016 – somos un país sumido en la
pobreza. Lo que genera verdadera riqueza es la capacidad que tengamos para
transformar dichos recursos en bienes de consumo de alta calidad y valor que
los hagan atractivos y competitivos en el mercado.
2. Aprender de nuestra historia es el
reto para no incurrir nuevamente en los mismos errores del pasado y de nuestro
presente. En varias décadas nos dejamos absorber por la burbuja de la bonanza
petrolera; primero fue la “Venezuela Saudí” del “Ta barato dame dos” la que nos
encegueció en una falsa sensación de prosperidad, donde veíamos que comprar o
importar productos era símbolo de desarrollo nacional. No aprendida esa lección
volvimos a caer en esa sensación de abundancia con Cadivi.
3. La escasez estructural de toda índole
y de grandes dimensiones que hoy azota al país es el resultado histórico de
caer en las redes del populismo rentista, y la inacción del talento creador del
venezolano que atrofió nuestro aparato productivo.
Si las acciones de las élites políticas
de los últimos cincuenta años han dado como resultado populismo, pobreza,
atraso tecnológico y una economía menguada basada en alucinaciones de
prosperidad totalmente efímeras; es indudable la imperiosa necesidad de un
cambio definitivo de pensamiento, de cómo replanteamos al país y a sus
ciudadanos, del sistema y los actores políticos que nos ha conducido a la ruina
moral, espiritual, intelectual y material.
Un planteamiento auténtico, diáfano,
deslastrado de los vicios y perversiones del pasado, surge para levantar la
autoestima de los venezolanos, reencontrarlos con nuestra historia y alentarlos
a luchar en esfuerzo conjunto para derribar la crisis que nos aniquila.