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En 2016 repuntaron delitos que no eran
comunes: hurto de comida en escuelas, supermercados y fincas. Los robos a las
casas ahora tienen como parada obligada los gabinetes y neveras
Un boquete en el techo y una estela de
vasos y platos de plástico regados en el piso, fue el panorama que observaron
los docentes de la Escuela Taller Rafael Urdaneta de Los Teques, cuando el
lunes 12 de noviembre abrieron las puertas del comedor que fue saqueado. Los
hampones dejaron sin comida a más de mil 600 niños que reciben clases en la
estructura de tres pisos que fue remozada recientemente. Se llevaron 40 kilos
de pollo, carnes, bultos de harina, azúcar, arroz y hasta las verduras que
reposaban en una cesta cerca de la cocina.
El personal que se percató de la acción
delictiva recorrió las aulas, la oficina de la dirección y otros departamentos
para verificar qué otros equipos se llevaron los hombres que treparon la cerca
e ingresaron por el techo de la institución. Las computadoras permanecían en su
lugar, así como los artículos de oficina
y el material didáctico. No hubo alteraciones en esos espacios, que en otros
tiempos fueron desvalijados. La razón del hurto no es otra, sino el
hambre. Las dificultades para comprar la
comida por la escasez y el encarecimiento de los productos, la han convertido
en un objeto de valor, tan preciado como el oro y, por ende, el principal
atractivo del hampa.
Esa fue la tercera vez en un año que el
comedor de la Escuela Taller, habilitado en un amplio salón con cocina, dotado
de utensilios, sillas y mesones, fue vulnerado por el hampa. El plantel no
tiene presupuesto para reforzar las medidas de seguridad en esa área. La única
alternativa que maneja el personal directivo para frenar la incursión del
hampa, es la modificación de las fechas del despacho de los productos
alimenticios. “Tenemos la sospecha de que los involucrados son personas
vinculadas al centro educativo, que saben cuándo llegan los camiones que
distribuyen la comida y donde las guardan”.
Para José Betancourt, jefe de la
División de Relaciones con la Comunidad de Polimiranda, los responsables de
este tipo de acciones delictivas no son delincuentes de oficio, sino son
personas que sustraen comida para satisfacer una necesidad alimenticia, “es lo
que se conoce como hurto famélico. La crisis ha propiciado un repunte de este
tipo de crimen que antes no era común porque esos productos abundaban en el
mercado y eran accesibles al presupuesto familiar. En lo que va del año escolar
25 instituciones educativas en el estado Miranda han sido víctimas de saqueos.
Los lugares escogidos son las cantinas y comedores”, explicó la autoridad
policial.
Son contadas las personas capturadas por
este delito y han confesado que es la única alternativa que han encontrado para
no acostarse sin un bocado en el estómago. “Yo lo hice porque tenía tres días
sin comer y estaba desesperado”, decía uno de los privados de libertad por esta
causa. Otro preso le comentó a Betancourt cuando fue aprehendido: “¿qué querías
que hiciera, pana? Tenía que llevarle algo a mis hijos, no podía permitir que
se acostaran así, sin haber comido nada en todo el día porque en la casa los
granos se acabaron y no hay real para más”.
Sin embargo, hay quienes se aprovechan
de la crisis para lucrarse y ofrecen en combos los alimentos sustraídos de los
comedores escolares. En la comunidad de Guaremal, ubicada en Los Teques, hay
sectores donde venden hasta en 15 mil bolívares las bolsas contentivas de
aceite, arroz, harina y pasta.
Aunque en Caracas no hay cifras que
indiquen el número de colegios afectados por el hurto de comida, hay planteles
que han acumulado un récord por la cantidad de veces que han dejado a los
estudiantes sin almuerzo. Uno de ellos es la Unidad Educativa Gran Colombia de
El Cementerio. Según los cálculos de Islenys Pulido, profesora de la
institución, ha sido objeto de sustracciones de comida en más de 10
oportunidades. Al comedor de uno de los edificios del colegio, le han colocado,
barrotes, candados y hasta un muro para
blindarlo, pero ha resultado inútil. Los kilos de pollo, carnes y la harina
siguen siendo el objetivo del delincuente hambriento.
Ancianos y niños involucrados
El desvalijamiento de los comedores de
las escuelas es solo un eslabón en la cadena de robos y hurtos cometidos por
hambre. Los supermercados han desplazado a los comercios de ropa y restaurantes
como escenario de este tipo de delitos. En los establecimientos de venta de
productos de primera necesidad del municipio Sucre y Baruta, según una fuente
policial, los delincuentes se detienen en la entrada y siguen hasta el área del
estacionamiento a las víctimas. Cuando van a colocar las bolsas en el maletero
del carro, las interceptan con armas blancas y se las arrebatan. Otros se les
acercan a los consumidores, le preguntan dónde compro la harina o dónde
consiguió la leche, y en un descuido los despojan de las bolsas y corren. “Este
tipo de episodios no son denunciados ante los cuerpos de seguridad y no hay
registros sobre el número de casos”, dijo el funcionario.
Los vigilantes de los centros de
abastecimiento han detectado en los últimos meses a ancianos y niños que
esconden los productos en lugares estratégicos para llevárselos. Hace dos
semanas una señora, bien arreglada con sandalias de tacón y blazer ingresó a un
negocio de venta de víveres en Candelaria. Tenía un bolso tipo playero con
algunas prendas de vestir. Mientras simulaba que veía los precios fijados en
los anaqueles introdujo siete latas de atún en el bolso escondidas entre una
camisa y unas medias. El custodio se percató del movimiento de la señora y
cuando se retiraba del local le dijo que abriera el bolso. Ella nerviosa mostró
parte del contenido y él tomó el paquete, lo revisó a profundidad y detectó las
latas. La mujer suplicó que no la denunciara a la policía: “yo lo que tengo es
hambre. En mi casa los gabinetes están vacíos, no me lleve presa por eso”. El
hombre la dejó ir: “no tuve el valor de denunciarla porque se trataba de una
anciana y la entiendo porque yo también he pasado trabajo”, expresó el agente
de seguridad del negocio.
Este tipo de episodios se ha ido
suscitando desde hace un año en un hipermercado de Guatire. Su gerente,
Humberto Herrera, detalló que semanalmente son reseñadas en el libro de
novedades y entregadas a los cuerpos de seguridad entre 25 y 30 personas que hurtan
bandejas de carne y embutidos. Las latas de atún, así como las panelas de
papelón que hasta hace dos años registraban pocas ventas, han tenido que
colocarlas cerca de las cajas registradoras para evitar que se las lleven. “En
los últimos tres meses hemos registrado 62 millones de bolívares en pérdidas
por el hurto de estos productos. Los padres de familia usan niños para que
metan las bandejas en las carteras o en las chaquetas”, indicó.
Al menos tres veces a la semana se
observan pandillas de motorizados en los alrededores del centro de
abastecimiento y en la parada de bus más cercana que arrebatan las bolsas.
“Ellos saben cuándo llega la harina, la leche y el azúcar, y se activan.
Algunos someten con cuchillos y pistolas en las colas que se forman desde las
4:00am para colearse y vender los puestos. Es una situación incontrolable que
ni las autoridades policiales pueden frenar”, explicó Herrera.
Hasta en los mercados populares el hurto
famélico ha encontrado asidero. En Quinta Crespo, por ejemplo, grupos
familiares distraen a los encargados de los puestos para llevarse hortalizas y
frutas. “El modus operandi es el siguiente: se acerca una mujer a preguntar
precios y luego desarrolla una conversación larga. Mientras que un acompañante
espera a que uno se distraiga para llevarse los tomates, la cebolla y hasta las
lechosas en bolsas negras. Actúan con tal habilidad que no nos damos cuenta,
sino cuando se hace el inventario”, explicó un comerciante.
Los más buscados en el campo
El robo y hurto de comida ha trascendido
las fronteras de los establecimientos convencionales y ha ganado terreno en las
fincas ubicadas en caseríos que no llegan a los 10.000 habitantes. Una fuente
policial indicó que este año se manejó un promedio de 360 casos de hurtos de
gallinas ponedoras, cacao y mandarinas en las poblaciones de los municipios
Acevedo, Brión y Pedro Gual. También los delincuentes han ingresado en las
parcelas, someten a los propietarios y encargados. “Los amarran y se llevan las
reses, otros las sacrifican delante de sus dueños y venden los cortes de carne
en los mercados a 3.000 bolívares el kilo”.
Los camiones distribuidores de alimentos
este año fueron atacados por grupos delictivos y familias hambrientas en
apoderarse de los productos de primera necesidad. En la Autopista Regional del
Centro y en la vía Oriente, según Marco Ponce, director del Observatorio
Venezolano de Conflictividad Social, las comunidades y las bandas colocaban
“miguelitos”, atravesaban troncos de árboles y mujeres embarazadas para que los
conductores se detuvieran. Entonces, los sometían, se apoderaban de la
mercancía y luego los liberaban en zonas boscosas. En su más reciente informe
estadístico, el organismo reveló que durante el año 2016 hubo 711 saqueos. De
esa cantidad, al menos 30% corresponden a vehículos de carga. Los robos a
camiones fueron tan frecuentes a mediados de año que solo en la vía a Oriente
se registraban entre tres y cuatros asaltos semanales. “Tuvimos que enviar a
más de 20 funcionarios a escoltar los camiones en la ruta porque los tenían
asediados”, indicó el director de Polibrión, Jaime Rojas.
De las casas arrasan con comida y ropa
Los signos de la crisis se han puesto de
manifiesto en los robos registrados en las viviendas de las zonas residenciales
de Caracas. Hace cuatro meses, un trío de delincuentes ingresó a la quinta de
Manuel Barrios, de 84 años, en la urbanización El Marqués. A él lo sometieron
mientras pelaba unas verduras para hacerle una sopa a su esposa. Lo obligaron a
abrir la caja fuerte y posteriormente lo llevaron a otros ambientes de la casa
para sustraer otros objetos de valor. No le perdonaron la vida a Manuel, pese a
que la esposa suplicó que no le hicieran nada. Lo degollaron y, antes de irse
con el botín, los hampones -unos muchachos que no llegaban a 25 años-, se
acercaron a la nevera y se llevaron tres kilos de pollo. Uno de ellos, le dijo
al otro delincuente: “resolvimos el almuerzo, papá”.
Ahora los ladrones no solo se llevan el
efectivo, joyas y electrodomésticos de las propiedades, sino que arrasan con la
comida, prendas de vestir y zapatos; artículos que en otras épocas no formaban
parte del pillaje. Al apartamento de Graciela Jiménez, en la avenida principal
de Macaracuay, dos hombres que entraron con la excusa de ver el inmueble para
comprarlo, la amordazaron para neutralizarla. De la propiedad se llevaron unos
dólares, anillos y cadenas de oro. También se llevaron vestidos, pantalones y
blusas. Los cuatro paquetes de harina pan que tenía de reserva, así como las
latas de atún, dos kilos de leche y azúcar fueron sustraídos de los gabinetes
de su cocina. Una fuente del Cicpc indicó que de cada 10 robos en viviendas que
fueron denunciados este año, tres incluyeron comida y ropa entre los bienes
sustraídos.
“Hasta hace poco los delincuentes tenían
otras aspiraciones: robar motos, dinero, vehículos; pero la crisis económica ha
propiciado que éstas se inclinen hacia la apropiación indebida de comida y
ropa; para satisfacer una necesidad y a la vez lucrarse. Resulta más ventajoso
y menos riesgoso revender a precio de bachaquero estos objetos que, por
ejemplo, cometer un secuestro”, explicó Luis Cedeño, director del Observatorio
Venezolano del Delito Organizado.