Prensa. Panampost.com
Cuando
a finales de junio del año pasado, el inspector del Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), Óscar Pérez, secuestró un
helicóptero y manifestó su rechazo al régimen de Nicolás Maduro, se convirtió
inmediatamente en una figura mediática.
Todos
querían saber quién era el oficial sublevado y si sus intenciones eran
genuinas. Desde el principio, pocos le creyeron. El acto de rebeldía fue
tildado con epítetos que lo menospreciaban.
Se
alzó la incertidumbre; pero algunos prefirieron blandir la mofa. Pérez no se
detuvo cuando robó el helicóptero y el inspector continuó humillando al
régimen. Robó armas; aparecía en público e invitaba a otros funcionarios del
Estado a rebelarse. Mientras el inspector que se ganó la atención de todo el
país eludía a la dictadura; esta arreciaba la persecución y la represión contra
quienes estuviesen vinculados a Pérez.
No
todos terminaban de comprar la osadía del funcionario. No solo miraban con
escepticismo sus pretensiones, sino que se banalizaba completamente. A Óscar
Pérez le dijeron de todo. Sus esfuerzos fueron rechazados por gran parte de la
sociedad.
Desde
el primer día el inspector no solo tuvo que confrontar al régimen, sino además,
se tuvo que someter a una opinión pública, presuntamente opositora, que no lo
aprobaba. Fue así desde que irrumpió en la escena pública hasta el último día.
Y el último día fue hoy, cuando la dictadura de Nicolás Maduro lo ejecutó.
Pero
incluso en ese momento, cuando por pequeñas torpezas la dictadura pudo hallar
su ubicación, se alzó la mofa y la falta de sensibilidad. Mientras la guarida
de Pérez era asediada por armas largas, en Twitter el crimen era catalogado
como un espectáculo presuntuoso.
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