Prensa.
El Nuevo
Herald.
Una pepita de oro tan delgada como una uña era el
pago que la uruguaya Karina Núñez recibía por ofrecer sus servicios sexuales
dentro de una mina en Chile, donde hace años un proxeneta la llevó para
obligarla a trabajar y quedarse con casi toda la ganancia.
De lo poco que le quedaba a esta trabajadora sexual
de 53 años, “tenía que pagar 50 dólares por el canario” que había que tener
cerca, en una jaula, para saber si había suficiente oxígeno en el interior de
la mina, donde atendía a los mineros en largas sesiones de cuatro días con sus
cuatro noches.
Karina, que se autodefine como una “liberta”,
conserva las cicatrices de las golpizas recibidas en su largo recorrido. Pero
nada ha logrado apagar su espíritu rebelde. Esta mujer logró liberarse y desde
hace años se dedica a documentar la situación de sus colegas, convirtiéndose en
un referente tanto para las autoridades como para las ONG que trabajan en el
tema de la trata en Uruguay.
Actualmente “tres de cada 10” prostitutas que
atienden en las whiskerías, como se denominan los prostíbulos en Uruguay, son
víctimas de trata, afirma Karina, que por mucho tiempo ha ejercido ese oficio
recorriendo las carreteras de su país. Conoce como nadie el mundo que se mueve
alrededor de los prostíbulos y asegura que en los últimos años han entrado
muchas extranjeras, especialmente por la frontera con Brasil.
Origen, tránsito y destino
“Antes éramos un país de origen y de tránsito más
que de recepción. Hoy somos las tres cosas”, dijo la subsecretaria de
Desarrollo Social de Uruguay, Ana Olivera, el 30 de julio, en ocasión del Día
Internacional contra la Trata de Personas. Algo que ya había afirmado en 2010
la relatora especial de la ONU Joy Ngozi Ezeilo, tras una visita al país.
De acuerdo con el informe mundial de trata del
estadounidense Departamento de Estado 2018, Uruguay es país de origen, tránsito
y destino tanto de hombres, mujeres y niños que son sometidos a trabajo forzado
y explotación sexual.
Mujeres de República Dominicana y, en menor medida,
de otros países sudamericanos, son explotadas sexualmente en Uruguay, al igual
que uruguayas adultas y niñas, así como transgénero y varones jóvenes, agrega.
Otras son obligadas a ejercer la prostitución en España, Italia, Argentina y
Brasil, indica el informe, aunque dice que en este caso las cifras han
disminuido en los últimos años.
En un intento por hacer frente al problema, el
Parlamento uruguayo aprobó en julio una ley cuyo objeto es combatir la trata.
La trampa
Al “contingente muy grande de mujeres que están
llegando” a Uruguay les “venden” la idea de que vienen a “un país dorado”, dice
Andrea Tuana, de la ONG El Paso, que trabaja en convenio con el Ministerio de
Desarrollo Social (Mides) para rescatar víctimas de trata.
Les dicen: “Nosotros te llevamos, te pagamos el
pasaje, dejamos un poco de dinero para tu familia. Eso sí, vos danos una
garantía, si tienes casa hipotécala, y si no, vemos la manera. Te alojamos los
primeros días”.
Pero cuando llegan, ven que el paraíso de trabajo no
existe. Y en ese momento la red dice: “’Tenemos la solución, está la
whiskería’. Y las mujeres acceden frente a la desesperación, a la deuda que
tienen, a la familia que espera” el envío de dinero.
“No hay un forzamiento físico, ni las encierran, ni
las encadenan” pero si no pagan la deuda llega la amenaza: “Sabemos dónde está
tu familia”.
Para Karina Núñez se trata de un círculo vicioso.
Aunque en Uruguay el trabajo sexual es legal, los dueños de las whiskerías
establecen las jornadas de trabajo y obligan a atender a un determinado número
de clientes.
“En Uruguay hay mucho (proxenetismo encubierto) y la
trata está atada ahí”, afirma la senadora y exministra del Interior Daisy
Tourné.
Oculto por el miedo
La trata es un delito difícil de detectar y en la
mayoría de los casos se comete con el consentimiento de las víctimas. “Las
cadenas no se ven, pero están encadenadas”, dice la trabajadora social Sandra
Ortiz, de la ONG Casa Abierta, que atiende a víctimas de trata en 15 países.
Para el mexicano Rodolfo Casillas, experto
internacional en trata y migraciones, investigador y docente de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), “la percepción general es que
este delito está creciendo (en Uruguay): cuánto, dónde y a qué sectores afecta,
no lo sabemos”.
La jueza Julia Staricco, que ha procesado algunos
casos de trata en el país, afirma que “es muy difícil trabajar contra este
delito” porque “las víctimas no quieren declarar por miedo” a represalias.
En 2013, un policía fue herido afuera de un juzgado
en Montevideo, donde una víctima de trata se atrevió a declarar contra un
proxeneta. Al salir del lugar, un hombre le disparó hiriendo al uniformado,
contó una de las compañeras de la mujer que pidió el anonimato.
Las autoridades tuvieron que disfrazar a la testigo
de enfermera para poder sacarla del tribunal y llevarla a un hospital donde
estuvo escondida por meses.
Hace unos meses liberaron a dos proxenetas “que
manipulan el eje de la (zona) este y están haciendo limpieza y poniendo la casa
en orden y está todo el mundo asustado; viste que cuando salen de la cárcel
empiezan a cobrarse. Hay muchas compañeras que se fueron de esos espacios y
otras que preferirían morir antes que hablar”, dice la misma fuente, que
precisó que ambos están relacionados a Sergio “Zorro” Escobar, un conocido
tratante actualmente encarcelado.
Cubanos
En 2017 Interpol detectó una red de tráfico de
cubanos que ingresan a Uruguay previo pago de dinero y tras una penosa travesía
por América del Sur, que tendría integrantes en Cuba, Guyana, Brasil y Uruguay.
“¿Las cubanas y los cubanos de dónde van a conseguir
800 dólares para un pasaje, si ganan 20 dólares por mes?”, se pregunta María
Elena Laurnaga, socióloga y politóloga que dirige con Casa Abierta en la ciudad
de Rivera, en la frontera norte con Brasil, un programa piloto sobre trata con
financiamiento de Estados Unidos.
“Vienen en grupos” y “acá tienen que devolver la
plata. Pasan por Surinam, entran a Brasil” para luego ingresar a Uruguay,
agrega.
“En 2017 hubo 664 pedidos de visa de cubanos en el
consulado uruguayo de (la ciudad brasileña) Santana do Livramento (contigua a
Rivera), hombres y mujeres; este año, a setiembre, ya van 1,400, y esto solo en
Rivera”, señala.
Para sacar la cédula de residente en Uruguay se
necesita pedir visa, lo que permite acceder a políticas públicas como salud y
seguridad social.
“Detrás de la historia de los cubanos hay una
historia de tráfico que se configuró en Brasil o Paraguay. Muchos siguen para
Montevideo. ¿Cuánto de eso es trata? No sé”, dijo Laurnaga.
Por El Fénix, la principal whiskería de Rivera, han
pasado cubanas y dominicanas, pero constantemente las mueven de lugar, dice
Maribel Diniz, una psicóloga que trabaja con Laurnaga en el programa de
atención a trabajadoras sexuales en Rivera.
Oscar Borba, jefe de la unidad policial contra la
trata y delitos sexuales de esa ciudad de 100,000 habitantes, dice que ha
entrevistado a cubanas en esa whiskería, pero que las supuestas víctimas se
niegan a denunciar.
Superposición de redes
“De un tiempo para acá hay más mujeres de
importación (…) a los clientes les gustan, ¡claro! les llaman más la atención
porque son extranjeras (…) vienen del otro lado (Brasil) nada más para ver,
atraen a la clientela”, dice en una casa de un barrio marginal de Rivera la
antigua trabajadora sexual Rosa María Rial, de 52 años, quien por las noches se
hacía llamar “La Gitana”.
En Rivera se ve además una superposición de redes
delictivas. De acuerdo con Oscar Borba, en la ciudad fronteriza hay tráfico de
mujeres y menores con fines de explotación sexual, además de armas, cocaína,
marihuana y otras drogas.
“Pasa que todo es educadito. No vas a encontrar que
la encadenaron y la tienen en el sótano. Todo es más psicológico. Cuando te das
cuenta, tienen a la tipa en una red de la que no se puede liberar”, dijo la
senadora Tourné.