Prensa.
Associated Press / LUIS ANDRÉS HENAO.
Parte
de las tragedias de la vida diaria de la Venezuela socialista se puede observar
en este pequeño comedor comunitario ubicado en el corazón de una de las
barriadas más grandes de América Latina, que ayuda a decenas de niños y madres
desempleadas que no pueden alimentarlos.
Algunos
venezolanos se las ingenian para resistir el colapso económico del país
aferrándose a los cada vez menos empleos bien pagados, o recibiendo parte de
los cientos de millones de dólares que les envían amigos y familiares desde el
extranjero, una cifra que ha ido en aumento en los últimos años debido al éxodo
de millones de venezolanos.
Pero
un creciente porcentaje de personas de todo el país, particularmente en barrios
pobres como Petare, pasan apuros para arreglárselas.
El
esposo de Contreras, Jorge Flores, solía tener un pequeño puesto en un mercado
local donde vendía productos como plátano y yuca, huevos y embutidos,
intentando obtener ganancias en un país en donde la hiperinflación a menudo
hace que los precios al por mayor se dupliquen de un día para otro. Un día, una
pandilla local lo robó a punta de pistola. Y su hermano chocó la motocicleta
que utilizaba para surtir su establecimiento.
Así
que Flores abandonó el mercado y buscó otro empleo. Realiza labores de plomería
y la familia convirtió la sala de su casa en una peluquería, protegida por un
techo de lámina que se mantiene en su sitio con ladrillos y tablones. Está
decorada con estrellas de papel hechas con los coloridos pero cada vez menos
valiosos billetes de bolívares.
“Nuestro
dinero no vale nada”, dijo Contreras. “Ahora prefiero el trueque de un arroz o
una harina por un corte de pelo o una manicura”.
La
escasez de leche, medicamentos y otros productos básicos — aunada a la
violencia rutinaria — ha socavado el respaldo a
Nicolás Maduro, incluso en los vecindarios pobres como Petare que alguna
vez fueron bastiones del mandatario. Maduro asegura que existe un plan
comandado por la oposición para derrocarlo y afirma que las sanciones
económicas de Estados Unidos y el sabotaje de la oposición local son los
responsables del colapso del país.
Varias
encuestas locales revelan que Maduro tiene actualmente el respaldo de apenas
una quinta parte de la población, muchos de ellos incondicionales ideológicos,
personas conectadas al gobierno o votantes pobres que dependen de la ayuda
gubernamental que incluye las llamadas cajas CLAP, que contienen aceite,
harina, arroz, pasta, atún enlatada y otros productos, y que reciben varias
veces en el transcurso del año.
La
familia de Contreras recibe esas cajas, pero no son suficientes para sobrevivir
por mucho tiempo. Durante meses han empleado el comedor comunitario, una
iniciativa de políticos de oposición, como principal fuente de proteína para
sus hijos. Hace poco, Jorge Flores practicaba recortándole el pelo a su madre,
mientras su hijo de 7 años, Jorbeicker, jugaba fútbol en la calle sin
pavimentar frente a su casa.
“Estoy
desempleado. Me la estoy rebuscando”, dijo Flores, con las tijeras en la mano. El
apagón de cuatro días que paralizó a la mayor parte de Venezuela se sumó a los
problemas de Flores. No pudo utilizar la máquina recortadora de cabello para
darles a sus clientes el corte que querían.
La
pareja calcula que el apagón le costó a la familia el equivalente a 11 dólares
en cortes de cabello que no pudieron realizar, una suma importante en un país
en donde el salario mínimo es de alrededor de 6 dólares al mes, incluso si la
mayoría de las personas complementan sus ingresos con un segundo empleo y
uniendo sus recursos a los de amigos y vecinos.
Contreras
y Flores cobran 2.500 bolívares — alrededor de 70 centavos de dólar — por un
corte de pelo. Un kilogramo de harina subsidiado por el gobierno puede costar
el triple, y Contreras señala que las filas para obtener productos racionados
suelen ser enormes y que en ocasiones regresa a casa con las manos vacías.
También dijo que no se siente segura mientras está formada. Decenas de personas
han muerto al quedar atrapadas en el fuego cruzado durante los enfrentamientos
entre pandillas a lo largo de los años, o han muerto aplastadas cuando las
filas de consumidores se convierten en estampidas de saqueadores desesperados.
Su
vecina Dugleidi Salcedo envió a su hija de 4 años a vivir con una tía en la
ciudad de Maracay, a dos horas de distancia, porque ya no podía alimentarla.
“Mis niños lloran”, dijo la madre soltera de cuatro hijos. “Pero ella no
aguanta tanto el hambre como los hombrecitos. Ellos resisten más que ella
cuando les digo que no hay de comer”.
Después
de regresar caminando del comedor, abrió una puerta oxidada e ingresó a su casa
con muros descarapelados color menta. Dentro, su hijo Daniel, de 11 años y
quien nació con una parálisis parcial y discapacidades de desarrollo, se
encontraba acostado en un sofá manchado mientras las moscas volaban sobre sus
piernas.
Cuando
levantó la tapa de un contenedor de plástico para mostrar su última bolsa de
harina, una cucaracha pasó corriendo, haciéndola saltar y sacándole un grito.
“Es
muy difícil”, dijo. “No tengo trabajo. No tengo dinero”.
Salcedo
solía vender alimentos horneados y jugos desde la ventana de su cocina. Pero
después se descompuso su refrigerador y no ha conseguido el dinero para
arreglarlo.
Ahora,
depende de la bondad de sus vecinos, o le pide fiado a un amigo que es dueño de
una pequeña tienda de alimentos mientras espera a que lleguen los préstamos de
familiares en otras partes del país.
“Este
país nunca ha estado tan mal”, dijo la mujer de 28 años. “Para comprar tan
siquiera un arroz, una harina es algo tan difícil, tan costoso, y no lo hay,
porque así tengas el dinero, muchas veces no lo hay”.
Pocos
días después, unos ladrones ingresaron al comedor comunitario y se robaron la
comida. Después, se registró un incendio en el barrio, consumiendo 17
viviendas. Aparentemente fue provocado por las velas utilizadas para iluminar
durante un apagón _que suceden casi a diario en distintas partes de Venezuela_.
La legisladora de oposición Manuela Bolívar, cuyo Proyecto Nodriza está a cargo
del comedor, dijo que cuando los bomberos llegaron, no tenían agua y tuvieron
que apagar el fuego con tierra.
“Es
un terremoto social”, dijo la legisladora.
“Pierden
sus casas; se quedan en la intemperie; el robo al comedor. Son tantas
adversidades: son las infecciones, la falta de agua, de comida”.
En
un mercado callejero cerca de Petare, en el distrito de clase media de Los Dos
Caminos, Carmen Giménez compraba zanahorias y otros vegetales para cocinar un
estofado. Cuando Camila, su hija de 14 años, le preguntó si podían comprar otra
cosa, le dijo que tenían que apegarse a lo básico.
Aunque
ella trabaja en un banco, aún pasa apuros para cubrir sus necesidades. “No
importa la zona donde vivas…porque estamos todos igual. La necesidad es la
misma”, dijo Giménez, de 43 años. “Lo que hizo este gobierno es nivelarnos
hacia abajo. ¿Por dónde nos dominaron? Por el estómago”.
El
periodista de Associated Press Scott Smith contribuyó a este despacho.