Opinión. Pedro Elías Hernández.
¿Recuerdan
aquel apotegma de Lenin? “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, pues
bien, los hechos han demostrado que el trágico experimento de ingeniería social
iniciado por él en 1917 dio lugar a otra lapidaria sentencia: El capitalismo es
la fase superior del socialismo.
¿Qué
es el socialismo? Desde 1922 ya es definido, por los pensadores liberales como
“destruccionismo”, ya que nada produce; se limita a dilapidar lo creado por la
sociedad que se fundamenta sobre la propiedad privada de los medios de
producción. En 1936, Arturo Uslar Pietri, conocedor e influenciado sin duda por
los clásicos del liberalismo, en su artículo “Sembrar el Petróleo”, lo define,
sin mencionarlo, como “economía destructiva”, en una preclara aproximación de
lo que décadas después sería la característica central de las políticas públicas
en materia económica cuyos desaciertos dilapidaron en 40 años tres bonanzas
petroleras de más de un billón y medio de dólares que seguro serán
irrepetibles. Además ya en 1984, Carlos Rangel alertó sobre este fenómeno
cuando dijo que la combinación de petróleo y socialismo era un cóctel
explosivo.
El
socialismo, de cualquier signo, siglo o nacionalidad, ha hecho daño, cuando no
estragos, donde quiera que se ha instrumentalizado, con menor o mayor
intensidad. En Venezuela sin duda hemos tenido una sobredosis de esta receta.
Una atracción fatal que fue irresistible. Su versión relativamente moderada
puesta en ejecución desde 1974 hasta 1998 en nuestro país, creó las condiciones
para que sobreviniera otra versión más agresiva y virulenta de esta corriente ideológica.
La democracia desde 1958 en adelante se desarrolla bajo la influencia del clima
intelectual dominante para la época que no era otro que el de las ideas
marxistas. Nuestra sociedad tuvo poca capacidad de resistencia respecto a esta
ideología que muy rápidamente adquirió las dimensiones de un inmenso consenso,
casi en un pensamiento único hasta sol de hoy.
Alexander
Guerrero, en un interesante trabajo donde expone la necesidad de un nuevo pacto
de gobernabilidad para el país, nos indica que el sector privado venezolano, de
constituir el 65% del tamaño total de nuestra economía en 1998, pasó a ser sólo
el 25% en el año 2014 y para 2018 apenas representa menos del 20%, confirmando
que el socialismo es en todo lugar y en todo momento la destrucción del sistema
de precios y el aplastamiento de la economía privada. Desde luego las causas
para que tal cosa ocurriera sin demasiado sobresalto las encontramos en el
hecho precedente que nos expone Asdrúbal Baptista en su obra “Bases
Cuantitativas de la Economía Venezolana” cuando afirma que desde 1976 en
adelante, medido en dólares, el Estado venezolano es el poseedor y dueño del
75% de la propiedad no residencial existente.
Después
de los efectos de la sobredosis de ideas socialistas que hemos experimentado,
no cabe duda que la fuente de nuestra ruina material está allí. Tal cosa
servirá sin duda para identificar el punto de partida del nuevo gran consenso
nacional de reemplazo basado en los fundamentos del libre mercado. Y decimos
nuevo consenso, no pensamiento único, ya que a las malas ideas hay que
combatirlas culturalmente con determinación y no darles cuartel, pero jamás
proscribirlas. Las exclusiones del presente son las guerras del futuro. La
libertad y la tolerancia serán aspectos cruciales para la reconstrucción
material y moral del país en el momento en que sea posible. El chavismo, como
corriente política, si le llega el tiempo de abandonar el poder y pasar a la
oposición, debe existir al amparo del sistema de libertades públicas que es
menester relanzar en Venezuela. Para su escrutinio histórico estará el juicio
de la gente a la luz de lo obrado, lo que hoy luce evidente, pero también de lo
que hagan quienes eventualmente venga después.
El
socialismo, no es bueno ni malo, sencillamente es imposible, es un error
intelectual. En su versión revolucionaria marxista intenta destruir el
capitalismo, y en su versión socialdemócrata, no pretende destruirlo, pero sí
parasitarlo hasta dejarlo exhausto. A mediano plazo mutará hacia algo cada vez
menos socialista o colapsará. En el caso de Venezuela, al igual que en Rusia,
China Vietnam, Europa oriental, Camboya, Cuba y Nicaragua dará pasó a alguna
versión de economía basada en incentivos de tipo capitalista. Se cumplirá
aquella máxima de que el capitalismo es la fase superior del socialismo. Esa es
la lógica que comprueba la evidencia empírica documentada.
La
transición económica ya empezó en Venezuela. Una sentencia del TSJ le da legalidad al pago de las
remuneraciones laborales por medio de dólares lo que terminaría de consumar la
dolarización de la economía venezolana. La unificación cambiaria se ha
prácticamente materializado con el
reconocimiento oficial del dólar llamado “criminal”; las casas de cambio y los
bancos fueron autorizados a vender y comprar divisas con bastante libertad,
poniendo en manos de los privados y del mercado la formación del precio del
tipo de cambio. Los controles de precios, como consecuencia de la terquedad de
la economía, han quedado reducidos a mera tinta sobre papel, lo cual ha hecho
que los productos de consumo masivo estén nuevamente visibles en los mercados
pero a montos casi inalcanzables para la mayoría de la población. A pesar de
todo esto, la economía sigue contrayéndose. Sin plena confianza sobre el
respeto a los derechos de propiedad, los contratos voluntarios y a las formas y
reglas de jugo de naturaleza capitalista, la recuperación económica será muy
tímida y los efectos diferidos de esa atracción fatal que nos atrapó como
sociedad llamada socialismo seguirán su curso.