Las autoridades
estadounidenses investigan el presunto robo de arte europeo y latinoamericano
que creen que está siendo saqueado por allegados del régimen de Nicolás Maduro.
Prensa.
AP.
El
Tesoro de Estados Unidos ha solicitado en meses recientes la colaboración del
FBI, la policía italiana y expertos de museos para identificar y localizar
obras de arte desaparecidas. Entre ellas hay tres obras maestras venezolanas
que decoraron por décadas las paredes de la residencia del embajador de
Venezuela en Washington, pero que no estaban ahí cuando el Embajador Carlos
Vecchio asumió la misión diplomática de la República Bolivariana de Venezuela
en mayo.
Aunque
las pinturas son las únicas cuyo paradero es inexplicable, se teme que muchas
más puedan estar desaparecidas mientras la apremiante situación económica de Venezuela
le pasa factura a las otrora preciadas colecciones del país y las sanciones
financieras se enfocan en funcionarios corruptos que han usado por años el arte
como mecanismo para lavar dinero.
“Esta
es la punta del iceberg”, dijo el embajador Vecchio. Señaló un marco de madera
vacío aún colgado en una pared sobre la chimenea en la sala de estar de la
residencia del que cree fue sacado uno de los lienzos desaparecidos. “Si están
haciendo esto acá puedes imaginar qué están haciendo en nuestro país”.
Las
pinturas del siglo XX desaparecidas, que se expusieron por última vez en el
Banco Interamericano de Desarrollo en Washington en 2008, son un paisaje del
imponente Ávila en Caracas por Manuel Cabré, el retrato “Juanita” de Armando
Reverón y una obra de realismo social de Héctor Poleo titulada “La muñeca
rota”.
En
conjunto están valoradas en cerca de un millón de dólares, según un avalúo
encargado por Vecchio. Pero su verdadero valor es como íconos del patrimonio
cultural de Venezuela, que expertos de arte temen que podría perderse en medio
del caos que atraviesa la nación suramericana, como sucedió con miles de
artefactos antiguos que fueron saqueados de Afganistán e Irak durante los años
de guerra recientes en esos países.
“El
daño moral es enorme”, dijo María Luz Cárdenas, antigua curadora principal del
Museo de Arte Contemporáneo en Caracas. “Hay una generación entera que no va a
tener memoria porque está siendo negada a una conexión espiritual con su
patrimonio que sólo el arte puede proveer”.
A la
cabeza de esta cacería artística está Marshall Billingslea, secretario adjunto
en el Departamento del Tesoro de EEUU, a cargo de investigar la financiación
del terrorismo que ha llevado al gobierno de Trump a sancionar a funcionarios
venezolanos y a evitar que Maduro saquee los bienes petroleros de la nación en
el exterior.
Con
la ayuda de Vecchio, Billingslea ha estado creando un inventario de todas las
obras de arte asignadas a las misiones diplomáticas en los más de 50 países que
reconocen a Guaidó como líder legítimo de Venezuela. Al mismo tiempo, buscó la
ayuda de los Carabineros de Italia, que cuentan con la brigada de arte más
importante del mundo, y ha pedido a grupos de museos internacionales que estén
alerta ante el potencial saqueo del patrimonio cultural venezolano.
Billingslea,
nominado recientemente por el presidente Donald Trump al máximo cargo de
derechos humanos del Departamento de Estado, no respondió a una solicitud de
declaraciones. Su audiencia de confirmación era el jueves.
El
esfuerzo recuerda a la Segunda Guerra Mundial, cuando la Oficina de Control de
Fondos Extranjeros del Ministerio del Tesoro rastreó obras de arte propiedad de
judíos robadas por los nazis, utilizadas para evadir un bloqueo aliado. De esa
iniciativa nació la Oficina de Control de Bienes Extranjeros, que ubica y
congela los bienes de individuos y negocios sancionados.
En
el caso de Venezuela, las crecientes sanciones financieras de Estados Unidos
están dificultando de manera similar que el régimen de Maduro y sus allegados
tengan acceso a instituciones financieras de occidente. El mercado de arte,
oblicuo y no regulado, es considerado un medio ideal para almacenar ingresos
ilegales de corrupción que el Congreso controlado por la oposición calcula que
ha llegado a 400.000 millones de dólares en años recientes bajo el régimen
socialista.
El
ministro de Cultura de Maduro, Ernesto Villegas, no respondió a una solicitud
de información sobre la situación de las obras desaparecidas o los alegatos de
la oposición de que han sido robadas.
Vecchio
dijo que exempleados de la embajada alertaron discretamente a legisladores de
la oposición hace unos años de que las obras de arte en la residencia en
Washington estaban en peligro. La última vez que fueron vistas fue en una foto
distribuida por la Embajada de Venezuela en 2012, en la que dos pinturas
enmarcaban la entrada a un elegante salón.
Un
vacío similar de información existe en torno a las muchas colecciones no
exhibidas propiedad de la gigante petrolera estatal PDVSA, así como el tesoro
de armas, curiosidades y objetos de colección en el Banco Central de Venezuela
que pertenecieron al héroe de independencia Simón Bolívar, El Libertador de la
nación.
“No
hay razones para pensar que se lo hayan llevado, pero hay un silencio alrededor
de ellos, una censura de información que nos hace dudar dónde están las obras
maestras”, dijo Cárdenas.
Encajando
con su reputación de estado petrolero, gobiernos pasados gastaron generosamente
en arte cuando las reservas petroleras rebosaban, en gran parte para decorar
las embajadas de Venezuela en el exterior. Cientos de otras obras prominentes
fueron embargadas por el Fondo de Protección Social de los Depósitos Bancarios
a instituciones alguna vez prometedoras tras la crisis bancaria de la década de
1990.
Pero
las obras de arte también fueron objeto de abuso en instituciones del gobierno
plagadas de corrupción.
Un
comerciante de arte basado en Nueva York dijo que en 2012 visitó las bóvedas de
la sede de la agencia en el centro de Caracas acompañado por su vicepresidente,
quien le propuso descargar esculturas y pinturas de artistas españoles como
Baltasar Lobo y Manuel Valdés a cambio de sobornos. La colección era
comercialmente atractiva pero estaba pobremente cuidada, con lienzos apiñados en
las escaleras de emergencia y expuestos a la luz del sol, dijo el merchante,
que habló a condición de anonimato por temor a represalias de funcionarios del
gobierno venezolano. Le mostró a The Associated Press fotos en su celular de
algunas de las obras en oferta.
Aun
en tiempos mejores, los museos de Venezuela eran vulnerables a robos. Una
pintura del maestro francés Henri Matisse, “Odalisca con pantalón rojo”,
desapareció hace cerca de dos décadas del Museo de Arte Contemporáneo y fue
reemplazada por una falsificación. La original fue descubierta en 2012 en un
cuarto de hotel de Miami y devuelta por el FBI al gobierno de Venezuela dos
años después. Un hombre cubano y una mujer mexicana fueron arrestados tratando
de vender el cuadro a agentes encubiertos del FBI en Miami Beach, pero quién
estaba detrás del robo, y exactamente cuándo ocurrió, sigue siendo un misterio.
Hoy
el museo, que se jactaba de tener la colección de arte contemporáneo más grande
de Latinoamérica cuando se fundó en los 70, es una sombra de lo que fue. Sus
galerías están mayormente vacías, no se ven guardias de seguridad por ninguna
parte y el arte, expuesto al calor tropical tras la avería del aire
acondicionado en los frecuentes apagones que aquejan a la capital, sufrió
daños.
Uno
de los platos fuertes del museo, una colección de 147 piezas de Picasso, ya no
se exhibe de manera permanente, aunque sí tuvo una breve aparición el año
pasado en una rara exposición titulada “Camarada Picasso”, que resaltaba el
activismo comunista del artista español. Para los promotores una vez leales del
museo, que fueron sacados por Chávez en una purga cultural hace 18 años, una
foto reciente que se hizo viral en redes sociales, de un tobo recolectando el
agua filtrada por el techo del museo, resume el estado de negligencia actual.
A
unas pocas calles, en el centenario Museo de Bellas Artes, la situación es aún
más desesperada. Sólo un tercio de sus 18 galerías están abiertas al público;
el resto han permanecido cerradas por meses por renovaciones, aunque no se ve
que estén remodelando nada.
Un
empleado veterano aflojó una delgada cuerda anudada que era la única seguridad
para los salones cerrados donde el calor era sofocante, y donde se encuentra
una colección de invaluables pinturas barrocas y grabados delicados del siglo
XVIII del maestro español Francisco de Goya. El empleado del museo recordó cómo
cuando comenzó su trabajo hace dos décadas había 34 curadores guías. Hoy, sólo
quedan dos.
Aunque
no sabe de obras robadas, la colección es vulnerable. Dijo que hace unos meses
un empresario chino iba al museo todos los días a tomar fotos y que a través de
un traductor ofreció grandes sumas de dinero por un jarrón griego antiguo. Sólo
desapareció cuando el personal retiró el objeto de la exposición. “Una noche
podría haberse quedado durmiendo en el museo”, dijo el hombre con resignación.
“Uno puede imaginar muchas cosas”.
Por Joshua Goodman.