Para la especialista Alessia Vicenzi este
trastorno suele presentarse entre los 2 y 4 años y afectar más a varones.
Prensa. Leonisia Cusati.
Contrariamente a lo
que es común pensar, la tartamudez no
tiene un origen psicológico, pero puede producirse en los niños ante
situaciones familiares desagradables, tales como: la pérdida de un ser querido,
separación de los padres o un accidente,
entre otras causas; y como parte del tratamiento del afectado, además de la
ayuda profesional, se requiere del prudente apoyo de su entorno íntimo.
Así lo señala la
psicopedagoga Alessia Vicenzi, especializada en terapia del lenguaje, con una
experiencia de 12 y 8 años en las respectivas áreas de la psicología, e integrante del grupo de
profesionales de la salud al servicio de la Fundación Centro Italiano-Venezolano (Fundaciv), institución sin fines de lucro
que atiende a sus afiliados, trabajadores y miembros de la comunidad en la cual
tiene su sede.
La psicóloga define la
tartamudez como un trastorno en la fluidez al hablar, y advierte que se trata
de una dificultad y no de una enfermedad. Agrega que esta tiene comúnmente un
carácter cíclico, que aparece y desaparece por periodos de tiempos variables;
por lo que, señala, en algún momento ha podido escuchar a algún representante
decir: “Mi hijo unos días está mejor y en otros peor”.
El origen
Vicenzi señala que la
tartamudez es involuntaria, no ocurre porque el niño lo desee y mucho menos
porque quiera llamar la atención. Investigaciones revelan que no tiene origen
psicológico, normalmente aparece cuando la familia atraviesa situaciones
familiares un tanto confusas o dolorosas, como por ejemplo: mudanzas, la
pérdida de un ser querido, separaciones de los padres, un accidente, entre
otras.
“Estudios demuestran que
puede ser hereditario; en algunos casos se da la combinación de ambas, pero
prevalecen las que tienen su origen en situaciones familiares desagradables, y
conllevan a que el niño no pueda expresarse de manera fluida como lo exige su
entorno escolar y/o familiar”, explicó Vicenzi.
En cuanto a la edad en la
que se presenta, indica la especialista que normalmente estas disfluencias
comienzan alrededor de los 2 y 4 años y, como dato adicional, revela que “los
niños tienen tres veces más posibilidad de tartamudear que las niñas”.
Tratamiento
Según lo indica, existe un
sin fin de enfoques para abordar a los niños que presenten este diagnóstico.
“No existe uno fijo, ya que un método puede servir para un paciente pero para
otro no del todo, pues los problemas y las necesidades varían según la
persona”, reitera la experta, quien en
cualquiera de las situaciones recomienda a los padres o representantes acudir a
un especialista en el área, en este caso un terapeuta del lenguaje o
fonoaudiólogo, para que realice las evaluaciones correspondientes y arme un
plan de tratamiento adaptado al paciente.
Admite que, no obstante,
es posible que el tratamiento no elimine la tartamudez por completo, pero el
especialista está facultado en proporcionar técnicas que ayuden al niño a
mejorar la fluidez al hablar y permitirle de esta manera participar en
actividades escolares y sociales con
mayor facilidad.
Papel de la familia
Para el niño sometido al
tipo de trastorno descrito, independientemente del tratamiento que el
especialista le coordine, los resultados serán más eficaces cuando cuente con
un entorno realmente afectivo.
Algunas recomendaciones
básicas para familiares de pacientes que presentan esta dificultad son: evitar
corregir cuando ocurra la tartamudez, evitar burlas o caras raras delante del
niño, no completar la frase para evitarle un disgusto, darle todo el tiempo que necesite para que
culmine lo que quiere decir, tener mucha paciencia -esto es fundamental-, mantener un clima
relajado en la comunicación, escucharlo con mucha atención, así como hablarle
de manera relajada y lenta cuando se dirija él.
Finalmente
advierte la terapista del lenguaje y psicopedagoga, que si no se maneja a
tiempo esta disfluencia de una manera correcta, la tartamudez puede llevar a
complicaciones como: problemas para comunicarse con los que lo rodean, perder
el interés por las relaciones interpersonales, es decir, no hablar o evitar
momentos para que este trastorno comunicacional no se manifieste, desarrollar
niveles de ansiedad y bajar la autoestima en la persona.