Prensa. Muy
Interesante.
Los sueños húmedos no son patrimonio exclusivo de los
hombres, ni de la pubertad. La ciencia ha demostrado que algunas mujeres
también experimentan el clímax mientras duermen, sin necesidad de estímulos
mecánicos. Y son más frecuentes de lo que sospechas.
El orgasmo femenino siempre se ha mantenido en un
segundo plano en lo que a la ciencia se refiere. Pero es cierto que, ya en el
siglo V a. C., el padre de la medicina, Hipócrates, afirmaba que, para tener
éxito en una fecundación, tanto el hombre como la mujer debían llegar al
orgasmo. No estaba en lo cierto, aunque hay que destacar la importancia que le
dio al placer femenino, igualándolo al del hombre.
Sin embargo, la tónica general es que el funcionamiento
o la propia biología de los órganos sexuales femeninos se haya visto solo como
una curiosidad. En el siglo XVI, el anatomista Mateo Realdo Colombo fue el
primero en estudiar el clítoris, al que llamó placer de Venus. Pero fue un caso
aislado.
La sexualidad de la mujer siempre había sido catalogada
como algo negativo o como la consecuencia a alguna dolencia propia de su sexo.
La palabra histeria ya se usaba en la antigua Grecia para dar una descripción
del útero como un “animal endiablado”, según decía Platón, quien afirmó que
provocaba males terribles en su propietaria, ya que se creía que dicho órgano
deambulaba de forma caótica por el cuerpo.
En la Edad Media, incluso, la cuestión rozaba la
brujería, y se creía que era un mal que habitaba dentro de las mujeres y las
volvía locas. Así las cosas, el concepto de histeria como enfermedad no se
abandona hasta mediados del siglo XIX. Con todas estas creencias durante
siglos, y si añadimos la concepción de Sigmund Freud (1856-1939) del orgasmo
clitoriano como un clímax inmaduro, es normal que los sueños húmedos femeninos
quedaran en la sombra como algo inexistente.
¿Lo que no se ve no existe?
Otro factor que ha influido en su paso de puntillas por la sexualidad a lo largo de la historia es el hecho de no ser visible. Muchas mujeres que los experimentan ni tan siquiera son conscientes de ello. Al despertarse, no saben si realmente estaban soñándolo o sintiéndolo, y se preguntan si fue real o imaginado en los brazos de Morfeo. Y es que, a diferencia de los sueños húmedos masculinos, como comúnmente se los denomina por la visibilidad de la eyaculación, los femeninos no dejan una evidencia inequívoca que lo permita corroborar.
Es normal, pues, que al ser durante siglos todos los
investigadores de sexo masculino, este clímax nocturno pasara absolutamente
desapercibido. Por suerte, el punto de enfoque empezó a cambiar en la segunda
mitad del siglo XX, con los trabajos del científico Alfred Kinsey y los
llevados a cabo por la pareja William Masters y Virginia Johnson.
Más concretamente, fue Kinsey, el fundador del
instituto que lleva su nombre, quien realizó la primera encuesta sobre el tema.
Según una investigación con una muestra de más de 5.600 féminas de todo Estados
Unidos, a la edad de 45 años, el 37 % de las participantes afirmaba que había
experimentado como mínimo un orgasmo mientras dormía. “La masturbación y los
sueños sexuales nocturnos con un orgasmo proporcionan la mejor medida de la
sexualidad intrínseca de una mujer”, afirmó Kinsey en 1953.
Estudios posteriores revelaron hallazgos similares. Uno realizado en 1983 con 245 universitarias mostró que un idéntico 37 % de las voluntarias tenía orgasmos mientras dormía. Además, en esta segunda investigación, se incluyeron datos sobre la respuesta general del cuerpo durante estos episodios y se averiguó que la frecuencia cardiaca variaba de cincuenta a cien latidos por minuto, el flujo de sanguíneo en los genitales aumentaba significativamente y la respiración subía de doce a veintidós respiraciones por minuto.
Bajo la luz del escáner
A partir de aquí, ya nos tenemos que ir a los trabajos
del prestigioso neurocientífico Barry Komisaruk. Este profesor de la
Universidad Rutgers (EE. UU.) ha estudiado durante años y con mucha más
profundidad el orgasmo, y, gracias a las tecnologías de imagen actuales, ha
podido registrar lo que sucede exactamente en el cuerpo. Así, afirma que estos
éxtasis nocturnos no se originan en la estimulación genital, sino que
directamente se crean en el cerebro, especialmente, en las mujeres. Lo
confirman sus experimentos que identificaban orgasmos en pacientes con lesiones
en la espina dorsal, como publicó en 2004.
Sus investigaciones explican cómo se puede llegar al clímax mientras se está durmiendo o de forma inconsciente, y han servido para mapear las zonas del cerebro que entran en acción mientras se experimenta. Para entender los orgasmos originados sin una estimulación directa, Komisaruk y su equipo reclutaron en 1992 a diez mujeres que afirmaban poder llegar al clímax sin tocarse. Así, observaron qué sucedía en el cerebro, tanto cuando había una estimulación genital directa como sin ella. “Les pedimos que tuvieran orgasmos físicos y mentales, observamos lo que estaba sucediendo durante ambos casos, y las respuestas fueron casi las mismas, independientemente de si provenían de la autoestimulación o solo de la mente”, señala Komisaruk. Es decir, no hay grandes diferencias en la respuesta física: aumento de la frecuencia cardiaca y de la presión arterial y dilatación de la pupila.
¿Pero cómo sucede y por qué no les pasa a todas las
mujeres? Cuando Komisaruk y otros colaboradores se plantearon este
interrogante, detectaron que existía una diferencia neurológica entre un
orgasmo con estimulación directa o sin ella. Con una máquina de resonancia
magnética funcional, observaron que en los mentales, incluyendo los nocturnos,
había una mayor activación de la corteza sensorial. Al pedir a las mujeres que
pensaran en el clímax y en estimular su clítoris, se activaba la misma región
del cerebro que cuando lo hacían directamente: el cerebro había registrado las
activaciones cuando habían sido con contacto directo y las utilizaba igual al
pensar en ello.
El poder de la imaginación
La gran diferencia estaba en la corteza prefrontal. Es
decir, sorprendentemente, esta área del encéfalo mostraba una activación mucho
mayor cuando las mujeres pensaban en estimular una región particular de su
cuerpo que cuando realmente la estimulaban físicamente. En palabras del
terapeuta sexual Ian Kerner, podemos entender mucho mejor por qué se pasa de la
excitación al éxtasis durante el sueño si tenemos en cuenta que “los orgasmos
nocturnos son el resultado de la relajación, el aumento del flujo de sangre que
llega a los genitales y la posibilidad de experimentar sueños eróticos que
activan la excitación sexual”.
Ahora sabemos, además, que estos episodios tienen lugar
en la fase REM del sueño, que es la fase en la que la mente y el cuerpo
conectan totalmente. En esta fase de reposo, el cerebro está técnicamente
encendido y hay partes del cuerpo donde se acumula más cantidad de sangre,
entre ellas, los genitales. Todo ello provoca que el cerebro lo identifique
como una respuesta de excitación. Si combinamos esto con un sueño erótico y
sexual, la respuesta orgásmica puede llegar sin problemas.
Todas estas investigaciones, asimismo, han permitido entender que las mujeres, a diferencia de los hombres, experimentan los orgasmos nocturnos, por lo general, a partir de los veinte años y en la edad adulta, no en la pubertad. La razón es que las experiencias sexuales registradas en la corteza sensorial permiten luego recrear esa sensación con más facilidad, así que si no hay nada registrado parece difícil poder llegar a replicarlo mentalmente hasta llegar al mismo. clímax. Por ello, se ha formulado la hipótesis de que las mujeres más activas sexualmente tienen más tendencia a llegar al orgasmo durante el sueño, sin embargo, no hay evidencias de que eso sea cierto ni de lo contrario.
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