Manos que
lustraban
calzados
en mañanas
sin
fragancias.
Ojos que
dormían
sin sueño
en noches
huérfanas de
esperanza.
Pies que
dolían
tristezas por
caminos
injustos.
Miradas que
buscaban
la
benevolencia del destino.
Bolsillos
que
estuvieron
repletos
de deseos
vivos
que murieron
en esa plaza,
allí los
vieron, allí los vimos
en sus
precarios triunfos…Aljer
COMO
INTRODUCCIÒN.-
A
inicios de la década de los años 80 del
siglo pasado (XX) observaron frecuentemente nuestros ojos de imberbe en los
alrededores y dentro de nuestra Plaza Bolívar, al grupo de limpiabotas que
llegaban de diversos sectores del aún apacible pueblo de calles asfálticas;
pueblo con su parque Teotiste de Gallegos, con su viejo estadio de Morrones,
con su Plaza Boyacá, con su restaurant Italia, con las barquillas de Collazo,
con sus panaderías artesanales, con los carros de Pata e` Palo, con su puerto
ancestral, con el cine del nicaragüense Carranza, con el sellado de Dimas
Cañas, con sus bodegas y casi exánimes pulperías, con su añeja iglesia por la
Avenida Miranda, con sus viejos barrios y viejas calles.
Pueblo donde
cualquier eventualidad viajaba con el exhalación del verano, o con el sosiego
húmedo del invierno inclemente, pueblo aquel donde todos se conocían y en donde
sin tener lazos consanguíneos se saludaba al otro con
una reverencia familiar. Pueblo ya
lejano pero sin embargo tan cercano en nuestros trances nostálgicos, que parece
no haberse ido, quizás no se fue del todo, solo apeló a las encubiertas para
regresar sin aviso y sin anuencia en nuestros escenarios mentales, en la hora
cierta de esas tardes que niegan la entrega al olvido.
AQUELLOS
LIMPIABOTAS.-
Aquellos
limpiabotas de los años 80 tenían caras de niños, eran niños, también tenían
rostros de jóvenes y también eran
adultos. Allí estaban en esa plaza, a la espera de sus clientes, con la
esperanza puesta en el que Todo Lo Puede. Y allí venían sus usuarios, unos del
terruño y otros de otras tierras, a quienes ofrecían el servicio de lustrado de
calzado. Aquellos limpiabotas eran verdaderos artistas del betún, en mejor
apreciación: eran guerreros en búsqueda
de un precario ingreso para llevar a sus casas, y así comprar alimento, o para
solventar el remiendo u otra necesidad apremiante en sus hogares.
En esa plaza
los vimos en sus dignos oficios, allí también llegamos a oír a varios de ellos
expresar en sujetada voz: “Señor, señor: ¿le limpio los zapatos? dígame si se
los limpios”. Si la respuesta era positiva lo seguido era la búsqueda del banco
de concreto bajo un frondoso y refrescante apamàte. Luego el cliente se
disponía a ojear con tranquilidad el diario La Nación, El Universal o alguna revista comprada en el puesto de María
Cañas, o en el sellado de don Dimas. Mientras tanto, el aplicado y laborioso
limpiabotas sin nombre y con muchos nombres
se esmeraba por dejar el máximo brillo a los calzados y con ello la
máxima satisfacción por su servicio.
El sonar del cepillo con el cajoncito era la señal inequívoca del cambio de pie. Una vez terminado el lustrado, el lustrador expresaba: “Es un fuerte señor-que era el término para identificar a la moneda de cinco bolívares de la época. Con la llegada del medio día se observaba a los limpiabotas agrupados en el ventanal del cine de Carranza, poniéndose al día con los estrenos cinematográficos de la semana y, a otros intercambiándose las historietas de Kalimàn, Águila Solitaria, los de mayor edad las del oeste de Marcial Antonio Lafuente Estefanía.
También
nuestros oídos llegaron a escuchar en esos años: “Hay una pelea en la esquina,
hay una pelea, un limpiabotas con uno del grupo Aramendi…” Nunca supimos quien
ganó esas contiendas porque nunca las vimos, lo que fuimos sabiendo con el paso
de los años fue que los limpiabotas fueron desapareciendo como fue
desapareciendo aquel pueblo: en silencio, con pasos sin retorno, con un eclipse
de sol que ocultó años buenos, años que vivimos creyendo que eran eternos, pero
no lo fueron, fueron regalos fugaces para nuestra sana menoría. Pundonor para
aquellos limpiabotas que estuvieron en nuestro pueblo, y honra para aquel
limpiabotas de una ciudad lejana, cuyas
palabras cristianas fueron un aliento para seguir adelante en nuestra época de
estudiante, en un momento difícil para quien ahora estos párrafos se atrevió a escribir.
ALJER “CHINO” EREU.-.
Columna. Crónicas Alto Apureñas.
Aljer “Chino” Ereú.
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