Opiniòn.
Laura Solorzano.
Suele suceder que, por las mañanas, el
metro está congestionado. Algunas estaciones están más llenas que otras y unas
cuantas son el “desahogo” del vagón porque son estaciones que sirven de
transferencia, bien sea por vía subterránea o terrestre, para otros lugares de
la ciudad.
Plaza Venezuela es una de esas estaciones. Sin embargo,
esta mañana, al vaciarse el tren en esta estación, estaba claro que las
personas que caminaban a esa transferencia quería ir a despedirse de su
comandante presidente líder revolucionario. Tenían la esperanza de despedirse
de su líder. Yo solo quería tomar fotos y vivir el momento. Solo eso.
Quise entender ese sentimiento, fanatismo o lo que sea
que se vivía, pero no lo logré. No sé qué se siente llorar desgaradoramente por
una persona y, sinceramente, espero no saberlo jamás. No sé lo que es hacer
horas y horas de cola para ver a alguien por última vez. No me parece que tenga
sentido, pero el hecho de que para mi no tenga sentido, no quiere decir que
para ellos –las miles de personas que estaban ahí- no lo tenga.
Llegué a las 7:10 am a la estación El Valle, me encontré
con mis dos amigas y caminamos hasta Los Próceres. No dejaba de sorprenderme la
cantidad de gente que caminaba a mi lado. La mayoría con los ojos hinchados
como quien lleva días llorando un despecho. Camisas rojas, tricolor en los
brazos y consignas.
Al llegar a Los Próceres, noté cómo los puestos de comida
estaban full de gente que tenía ahí, probablemente, más de 18 horas. Basura por
todos lados, niños, ancianos, jóvenes, motos, sillas de ruedas. Muchísimas de esas personas venían de
interior del país, otras –como me decía un amigo- eran ese barrio que bajó a
despedirse de Chávez, ese que no conocemos porque está demasiado arriba como
para “ensuciarse” los pies.
“Aquí está el fraude del que habla mucha gente”, esa fue
una de las primeras cosas que mencionó una de mis amigas. Yo no salía de mi
asombro, el sentimiento y la energía que se vivían era impresionante. Sin
embargo, había muchísima desorganización.
No se sabía dónde terminaba la cola. Muchísima gente,
bajo el sol, esperaba pacientemente ver al comandante. De fondo, la música
ponía los pelos de punta a cualquiera que tuviese un poquito de sentido común
como para entender la importancia de lo que estaba sucediendo en aquel lugar.
“Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro”, “Estoy aquí
desde las 8pm, llegué por el Hospital que está allá atrás, me falta poco”, “A
las 3am llegué a hacer la cola, vengo de Anaco”, “son 11 horas que estamos en
la cola”, “no peleen que Chávez quiere vernos unidos y la oposición dividida”.
Estas eran algunas de las cosas que se escuchaban y que me ponían la piel de
gallina. No me gusta no enteder las cosas. Esas cosas yo no las entiendo, no
las comprendo porque no las vivo. Es evidente que esta es la deformación del
deber ser, pero ¿No es así como se trata a los líderes? ¿No pasaba lo mismo con
Martin Luther King, Hitler, Lenin, el Ché, Lady Di? Existe gente que despierta
pasiones incomprensibles en las masas y pues hay gente que, como yo, jamás lo
entiende.
Me fui antes que mis amigas, caminé sola de vuelta a El
Valle y para ese momento, las 8:30 am, continuaba el show de convertir a Chávez
en un ídolo (que ya lo es, nos guste o no), vendían fotos de él a 50 bsf,
bandanas con su nombre (esas que no se vendieron para el 07/10), banderas a
100. Aquello era el capitalismo en pleno, pero ¿No le pasó eso el Ché?
Pueden decirme farandulera, loca, oportunista, pero nada
de eso me importa porque yo sé que necesitaba estar ahí para verlo con mis
propios ojos. Fueron muchos años de lucha contra su gobierno y necesitaba saber
si estaba equivocada. No me equivoqué, solo debo decirles que me conseguí a un
chavismo sin Chávez bastante fuerte. Tal vez sea la euforia de la muerte, la
borrachera de la tristeza, el tiempo nos dirá.
Pretender tapar esta realidad o hacer análisis
transochados desde alguna oficina es absurdo y en eso llevamos 14 años. Ahí,
con Chávez, llorándolo está un gentío al que no le llegamos porque no los
entendemos, porque tampoco intentamos hacerlo y él sí supo hacerlo. Y, me
parece, que mientras nos empeñemos en negar esta realidad, seguiremos cometiendo
los errores que hemos cometido hasta ahora.
No me sirve la justificación de “ellos también lo hacen”
porque, en teoría, somos nosotros quienes tenemos un discurso diferente, de
unidad, de comprensión, de unión. Por lo que sentí hoy, entre la gente, con las
miradas, las peleas entre ellos por quienes no respetaban las colas, puedo
deducir que lo peor está por venir y eso, a mí, me da terror.