Opinión. Luis
Borges.
La
muerte de la joven venezolana Ángela Medina y el fallecimiento del joven
venezolano Luidig Alfonso, han inundado las redes sociales y el centimetraje de
la prensa escrita venezolana y eso que no hay medios de comunicación
televisivos independientes, sino también habríamos visto durante días a estos
dos hechos como primeras noticias para la audiencia. Dos hechos que
estadísticamente pasan a engrosar la lista de decesos que desde1999 han
ascendido de 5.868 muertes a 24.763 muertes en 2013. Dos rayas más de tiza en
la calle, como dice una estrofa de “Allá cayó” de Desorden Público, “mancha la
calle, mancha la historia, mancha de lágrimas incoloras. La ciudad, madre que
llora inconsolable”.
Es
lamentable también el contexto detrásde cada una de estas pérdidas humanas que
realmente es meritorio de analizar porla crudeza de su naturaleza. Un noviazgo
de apenas cinco meses de duración que termina con Ángela Medina en el centro de
una dantesca escena. Por otra parte, un robo cegó la vida de Luidig Alfonso,
hombre que a su edad se había convertido tesis y antítesis de la sociedad
venezolana. Ángela encarnaba esaespecie de “Sueño Americano” en versión
criolla, esa gente como los venezolanos e inmigrantes de los 60 y 70,que
erigieron sus vidas convirtiéndolas en legado limpio, de ejemplo de esfuerzo y
sacrificio, cual Norkis Batista, la morena del barrio Macarao, que siempre
recuerda sus orígenes y que con orgullo dice que vino de abajo. Nunca sabremos
hasta dónde habría llegado esta estudiante y modelo profesional, de no ser por
escoger a un ser totalmente contrario a lo que merecía. No hubo tiempo de que
su vida llegara a las pantallas, a Wikipedia o a las manos de Osmel, una
decisión torció en camino hasta la orilla de una carretera entre Barquisimeto y
Yaritagua. Precipitada o ingenua, crédula o presa del amor que ciega las almas,
como decía Shakespeare, “¡Oh amor poderoso¡ Que a veces hace de una bestia un
hombre, y otras, de un hombre una bestia”.
Luidig
era una celebridad controvertida, polémica, que se hizo un nombre ante las dos
caras de la juventud venezolana, una parte que encontró en “caremuerto” al
paradigma del criminal que algunos desean encarnar, por otra, hay un espectador
con la fe de creer que se puede ser mejor después de vivir el horror en el
infierno. Alfonso asegura en sus series (Cárcel o Infierno y Somos Ladrones)
que su objetivo es aleccionar a la sociedad venezolana y especialmente a los
padres, de cuál es el camino que se sigue cuando la familia y la sociedad han
fallado. Los más optimistas ven a Luidig como un héroe reivindicado, los más
cegados no ven a Alfonso sino a “caremuerto”, un anti-héroe, el paradigma de
quien se siente irrecuperable y decide seguir en lo más bajo.
Dos
muertes en el país que desnudan por enecima vez la realidad de una patria que
va en reversa. Una joven prometedora y un joven reinsertado. Una representa a
esa mujer bendecida con el don de la gracia y la belleza, y otro representa a
la voz de los que no tienen voz y que se hizo escuchar por las hendijas de la
luz de la liberta de expresión, las redes sociales que le hacen la suplencia a
los medios silenciados. ¿Cómo una joven inteligente, disciplinada, talentosa y
bella, ata su vida a alguien sin saber de él lo mínimamente necesario? Esta no
es la historia de la muchacha bonita que se aferró a un hampón a sabiendas de
lo que estaba pasando, es la historia de quien le abrió las puertas de su vida
y de su hogar a un “príncipe azul” que conoció por redes sociales y ni cinco
meses habían pasado desde que ya estaban entrelazados.
¿Temeraria,
decidida, arriesgada o ingenua? Ya es tarde para ella, saber el por qué de este
tipo de decisión en una joven, no calmará el dolor de su familia ni la
levantara del sepulcro que ha encontrado. Pero qué yace detrás de la juventud y
este afán de reescribir los cánones sociales y protagonizar realidades que no
encuentran razón ni sentido. ¿Cuántas Ángela hay en las calles a merced de
algún fornido pretendiente sin bases morales? Es innumerable la cantidad de
femeninasque están en manos de mercaderes del horror, pero por ser “chéveres”,
“lindos”, “bailarines”, “rumberos” y tener “estilo”, se hacen prioridad sin si
quiera saber quiénes son en su interior. Nadie venga con el cómodo argumento de
que “nunca conocemos totalmente a la gente”, en estos tiempos hay uniones que
no tienen sentido ni razón.
La
muerte de Luidig hoy ha caído como una desesperanza para quienes decían, “sí se
puede ser mejor”. Murió cuando parecía volver a empezar, esa es la impresión de
muchas personas en la Web, sobre el hombre cuyo personaje se convirtió en El
Padrino de quienes ya están en el mundo de la violencia y la sangre, esa
especie de Reina del Sur o de El Capo, en una tendencia de hacer dela calle, la
inspiración de la nueva programación televisión, redes sociales y radio.
Como
corolario de lo anterior, bien vale preguntarse, qué está pasando con las
familias venezolanas. ¿En qué momento se perdió el norte en la crianza de cada
muchacho? ¿Cuáles son los sueños y las prioridades de la joven mujer
venezolana? ¿Qué es, ser un hombre de valor y respeto en estos tiempos
convulsionados?
¿Cuántas
valiosas Ángela hay en la calle? ¿Por qué es famoso Luidig, por ser Luidig o
“caremuerto”? Cualquier mujer véase en el rostro de esta joven venezolana y
pregúntese, hasta dónde conoce al ser que está a su lado. Esperemos que haya
más gente lamentando la muerte de un Luidig reivindicado y no al “caremuerto”,
el Pran afamado. Como quiera que sea, algo anda mal en la familia venezolana.
Más allá de la diatriba política, es en la familia donde se marca el ritmo del
crecimiento de la patria, misma patria que va en reversa.
Luis
Chataing con Luidig Alfondo, entrevista: