Columna. Marlani
Sánchez. @marlanisanchez
Que
ese sábado, justo el sábado que me provocó saltar mis linderos alimenticios, en
mi caso no se trata de dieta, sino de costumbre, de hábito, de vida, y por ende
no se trataba de "romper la dieta" ni de "darme permiso",
sino de que me provocó (casi siempre hago lo que me provoca, casi siempre),
comer pizza, adorable que es la pizza, imposible no sentirse atraída por ella,
es casi tan perfecta, que fui. Sí. Decidí salir de mi zona de confort, esa
donde no existen estúpidos, ni indeseables babosos, ni ignorancia, ni
inseguridad, ni sonrisas sardónicas, ni saludos obligados con besos que te
dejan el cachete lleno de saliva que no quieres, ni olor a sol rancio, ni
sobresaltos, ni ratones, ni prejuicios hipócritas, ni tacones ajuro, ni jeans
apretados, ni bulla, ni café con reloj, ni lluvia no apreciada.
Fui.
A ese sitio, al más conocido, en el que la pizza es menos italiana pero con más
salsa de esa, de esa que sabe a pizza. Fui. Cuando uno hace una cosa como esa, ¿Cuál
individual? ¡Por favooor! ¡Hija entiende! ¡Voy a comer pizza de noche! ¿Cuál
mediana? ¿Cuál familiar? ¡Extrafamiliar! ¡Esa! ¡Esa!
-Una
extrafamiliar Cuatro Sabores, con suficientes anchoas por favor. Para llevar.
Obvio.
Siempre pido para llevar. Obvio. Sí. Me confieso asocial, asocial, antisocial
es otra cosa.
Cuando
me vean en un restaurante u otro lugar público, juren, que es porque me ha
provocado tanto como la pizza de ese sábado.
-¿Trae
caja?
-¿Perdón?
¿Caja?,
me dejó pensando la muchacha. La muchacha de la caja, una morena, joven, con
ojos muy negros, que me miraba casi con comprensión, como ya acostumbrada a la
escena, quizás un tanto asombrada por mi parsimonia, esa que siempre llevo
debajo de la manga, así lleve puesta una franelilla. Ah, que las franelillas me
gustan tanto como las pizzas. Ah, que para que luzca una franelilla, debe
reducirse a la mínima expresión la ingesta de estas...
Entendí,
generalmente entiendo, solo que a veces me hago la cuerda, (eso de hacerse el
pendejo en ocasiones es altamente estratégico, solo que hay que estar
monitoreando, del 1 al 10 está bien que te la vean digamos 6, hasta ahí, bueno
mi capacidad de aguante hasta ahí llega, está bien, está bien, quizás 7, pero
nomás, nomás) y otras veces disimulo para disfrutar de las respuestas y
reacciones de los mortales, algunas de ellas realmente interesantes, otras
divinamente risibles, y a veces el tiro sale por la culata y terminan
intensificando mi asocialidad.
-La
caja. Repito buscando que la morena de cabello y ojos del mismo color hable,
diga, al respecto.
Me
quedo mirándola. Esperando. Ella, mirándome también, quizás entendiendo,
también pacientemente me explicó...
-No
podemos venderte la grande, no tenemos cajas, no se consiguen, te la vendemos
pero para comer acá (lo descarté pero de ipso facto) si la quieres para llevar
debes traer la caja.
-Ah,
ok. De modo que tengo que traer la caja de la pizza que estoy comprando, dije
con la misma parsimonia del inicio, percatándome de que casi casi el asunto se
convertía en un ejercicio catártico que me producía gracia.
-Entendido,
sigo, hablando pausadamente.
-No
hay problema, ahora, solo dime donde consigo la caja para ir a comprarla ahora
mismo, pero ya, voy saliendo a eso. Dije. Sí, con sorna.
-Bueno,
la gente lo que hace es que la compra al lado.
Volví
a pensar. Sí, a veces suelo hacerlo con inusitada frecuencia.
"Al
lado" lo que venden son tortas. Imaginé llegando al carro, que permanecía
prendido, con una pizza en la caja de una torta, y diciendo: ¡Ta ra ta tááán!
(Sí, en casos como esos se acentúan todas las letras. A la orden). Ya me
imaginaba la cara de con quien compartiría la torta, perdón, la pizza. (No
puedo ni imaginarme lo triste que ha de ser comerse una pizza solo o sola).
-Umm.
¿Y sí cabe? Ya me estaba tomando el asunto a mamazón de gallo.
-Sí.
-Ah,
ya han hecho la prueba. Sigo.
-Sí.
-Ok.
Ya vengo.
Fui
al lado, antes pasé por el frente del carro y piqué el ojo.
Entré,
y me asombré de que en lugar de pedir una marquesa de chocolate, pedí fue una
caja de torta, solo la caja. La muchacha, también morena, me miró, me
reconoció, casi me la vende pero no. Yo nuevamente entendí, era evidente que ya
estaba obstinada del episodio, al menos tuvo la diferencia de ser amable
conmigo. Regresé a la pizzeria, sin caja e intactas las ganas de comérmela.
-Nada,
dije encogiendo los hombros. ¿Y ahora?
-La
joven me miró y me dijo: Te llevas una mediana y te la metemos en una bolsa.
-Umm.
¿Y por qué no me metes la extrafamiliar en una bolsa?
-No
tenemos bolsas grandes, y se desparraman.
-Umm.
Bueno véndeme la que quieras entonces. ¿Mediana? Que sea una mediana pues. ¿En
bolsa? Que sea en bolsa pues. Y pago por adelantado, ya lo sé. Y sin descuento
por la caja, ni decir.
-Esta
bien. Ya va. Mariaaaa, pregunta en horno si hay maíz.
María
preguntó y no había.
-Bueno
sustituye el maíz por tocineta.
-Esta
bien. Ay ya va. Mariaaaaaa, pregunta en horno si hay champiñones.
María
preguntó y tampoco había champiñones.
-Bueno
sustituye los champiñones por salchichón pues, dije con mi parsimonia incólume.
(Esa pastilla es una maravilla definitivamente).
Como
en las relaciones de pareja, sustitución.
Sustituí
una caja por una bolsa, sustituí una extrafamiliar, que con suerte alcanza
también para el desayuno, por una mediana (que solo dio para esa cena, y a
duras penas), sustituí el maíz por la tocineta, y sustituí los champiñones por
el salchichón. Juro que la próxima vez me llevo la olla mondonguera que me
regaló mi abuela y que aún no sabe lo que es mondongo, para que me metan ahí mi
extrafamiliar. Para llevar. Obvio. Siempre pido para llevar.
Finalmente
salí quemándome, previamente la morena de cabello y ojos negros -a la que me
dio la impresión, le caí muy bien- me dio varios tips de cómo agarrar la pizza
en bolsa para que no se "esguañingara". Era como cargar a un bebé con
colonia de anchoas, y con fiebre, supongo...