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martes, 2 de septiembre de 2014

Columna: La pizza en la caja de torta...por Marlani Sànchez.

Columna. Marlani Sánchez. @marlanisanchez
Que ese sábado, justo el sábado que me provocó saltar mis linderos alimenticios, en mi caso no se trata de dieta, sino de costumbre, de hábito, de vida, y por ende no se trataba de "romper la dieta" ni de "darme permiso", sino de que me provocó (casi siempre hago lo que me provoca, casi siempre), comer pizza, adorable que es la pizza, imposible no sentirse atraída por ella, es casi tan perfecta, que fui. Sí. Decidí salir de mi zona de confort, esa donde no existen estúpidos, ni indeseables babosos, ni ignorancia, ni inseguridad, ni sonrisas sardónicas, ni saludos obligados con besos que te dejan el cachete lleno de saliva que no quieres, ni olor a sol rancio, ni sobresaltos, ni ratones, ni prejuicios hipócritas, ni tacones ajuro, ni jeans apretados, ni bulla, ni café con reloj, ni lluvia no apreciada.

Fui. A ese sitio, al más conocido, en el que la pizza es menos italiana pero con más salsa de esa, de esa que sabe a pizza. Fui.  Cuando uno hace una cosa como esa, ¿Cuál individual? ¡Por favooor! ¡Hija entiende! ¡Voy a comer pizza de noche! ¿Cuál mediana? ¿Cuál familiar? ¡Extrafamiliar! ¡Esa! ¡Esa!

-Una extrafamiliar Cuatro Sabores, con suficientes anchoas por favor. Para llevar.
Obvio. Siempre pido para llevar. Obvio. Sí. Me confieso asocial, asocial, antisocial es otra cosa.
Cuando me vean en un restaurante u otro lugar público, juren, que es porque me ha provocado tanto como la pizza de ese sábado.
-¿Trae caja?
-¿Perdón?
¿Caja?, me dejó pensando la muchacha. La muchacha de la caja, una morena, joven, con ojos muy negros, que me miraba casi con comprensión, como ya acostumbrada a la escena, quizás un tanto asombrada por mi parsimonia, esa que siempre llevo debajo de la manga, así lleve puesta una franelilla. Ah, que las franelillas me gustan tanto como las pizzas. Ah, que para que luzca una franelilla, debe reducirse a la mínima expresión la ingesta de estas...
Entendí, generalmente entiendo, solo que a veces me hago la cuerda, (eso de hacerse el pendejo en ocasiones es altamente estratégico, solo que hay que estar monitoreando, del 1 al 10 está bien que te la vean digamos 6, hasta ahí, bueno mi capacidad de aguante hasta ahí llega, está bien, está bien, quizás 7, pero nomás, nomás) y otras veces disimulo para disfrutar de las respuestas y reacciones de los mortales, algunas de ellas realmente interesantes, otras divinamente risibles, y a veces el tiro sale por la culata y terminan intensificando mi asocialidad.

-La caja. Repito buscando que la morena de cabello y ojos del mismo color hable, diga, al respecto.

Me quedo mirándola. Esperando. Ella, mirándome también, quizás entendiendo, también pacientemente me explicó...

-No podemos venderte la grande, no tenemos cajas, no se consiguen, te la vendemos pero para comer acá (lo descarté pero de ipso facto) si la quieres para llevar debes traer la caja.
-Ah, ok. De modo que tengo que traer la caja de la pizza que estoy comprando, dije con la misma parsimonia del inicio, percatándome de que casi casi el asunto se convertía en un ejercicio catártico que me producía gracia.

-Entendido, sigo, hablando pausadamente.
-No hay problema, ahora, solo dime donde consigo la caja para ir a comprarla ahora mismo, pero ya, voy saliendo a eso. Dije. Sí, con sorna.
-Bueno, la gente lo que hace es que la compra al lado.
Volví a pensar. Sí, a veces suelo hacerlo con inusitada frecuencia. 
"Al lado" lo que venden son tortas. Imaginé llegando al carro, que permanecía prendido, con una pizza en la caja de una torta, y diciendo: ¡Ta ra ta tááán! (Sí, en casos como esos se acentúan todas las letras. A la orden). Ya me imaginaba la cara de con quien compartiría la torta, perdón, la pizza. (No puedo ni imaginarme lo triste que ha de ser comerse una pizza solo o sola).
-Umm. ¿Y sí cabe? Ya me estaba tomando el asunto a mamazón de gallo.
-Sí.
-Ah, ya han hecho la prueba. Sigo.
-Sí.
-Ok. Ya vengo.

Fui al lado, antes pasé por el frente del carro y piqué el ojo.
Entré, y me asombré de que en lugar de pedir una marquesa de chocolate, pedí fue una caja de torta, solo la caja. La muchacha, también morena, me miró, me reconoció, casi me la vende pero no. Yo nuevamente entendí, era evidente que ya estaba obstinada del episodio, al menos tuvo la diferencia de ser amable conmigo. Regresé a la pizzeria, sin caja e intactas las ganas de comérmela.

-Nada, dije encogiendo los hombros. ¿Y ahora?
-La joven me miró y me dijo: Te llevas una mediana y te la metemos en una bolsa.
-Umm. ¿Y por qué no me metes la extrafamiliar en una bolsa?
-No tenemos bolsas grandes, y se desparraman.
-Umm. Bueno véndeme la que quieras entonces. ¿Mediana? Que sea una mediana pues. ¿En bolsa? Que sea en bolsa pues. Y pago por adelantado, ya lo sé. Y sin descuento por la caja, ni decir.
-Esta bien. Ya va. Mariaaaa, pregunta en horno si hay maíz.
María preguntó y no había.
-Bueno sustituye el maíz por tocineta.
-Esta bien. Ay ya va. Mariaaaaaa, pregunta en horno si hay champiñones. 
María preguntó y tampoco había champiñones.
-Bueno sustituye los champiñones por salchichón pues, dije con mi parsimonia incólume. (Esa pastilla es una maravilla definitivamente).
Como en las relaciones de pareja, sustitución.

Sustituí una caja por una bolsa, sustituí una extrafamiliar, que con suerte alcanza también para el desayuno, por una mediana (que solo dio para esa cena, y a duras penas), sustituí el maíz por la tocineta, y sustituí los champiñones por el salchichón. Juro que la próxima vez me llevo la olla mondonguera que me regaló mi abuela y que aún no sabe lo que es mondongo, para que me metan ahí mi extrafamiliar. Para llevar. Obvio. Siempre pido para llevar.

Finalmente salí quemándome, previamente la morena de cabello y ojos negros -a la que me dio la impresión, le caí muy bien- me dio varios tips de cómo agarrar la pizza en bolsa para que no se "esguañingara". Era como cargar a un bebé con colonia de anchoas, y con fiebre, supongo...

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