Prensa.
bancaynegocios.com
Los productos regulados de manufactura
nacional juegan al escondite y causan ansiedad durante sus breves apariciones
en los anaqueles. Mientras tanto la mercancía importada, aun olorosa a
capitalismo, se convierte en la protagonista del horario estelar. Ciertos
establecimientos improvisaron espacios para recibir a esta invitada de honor, a
quien ofrecen a precio de joyería.
Es cada vez más común escuchar entre
tertulias sobre estos espacios que comercializan productos extranjeros a
precios dolarizados o como escribiera Luis Vicente León: “(…) importadores
privados que se atreven a traer las mercancías a dólar negro y colocarla,
maquilladita de DICOM, en canales formales, con precios de mercado
internacional, una referencia que por cierto ha registrado una inflación de dos
mil trecientos cincuenta por ciento en los últimos doce meses”.
Existen varios rincones en Caracas que
exhiben torres de Nutella entre frutas y verduras. Café, aceite, sirope de
maple, pasta italiana, papas Pringles, Splenda, cereales gringos que traen
recuerdos de infancia en sus cajas de cartón, compotas, mayonesa y exquisiteces
como salmón enlatado y trufas.
Es inevitable cuestionarse. Quién puede,
en tiempos de crisis e inflación, desembolsillar estas estrafalarias sumas de
dinero para adquirir productos que no son considerados de primera necesidad.
Aún entendiendo que al venezolano le corre el consumismo por las venas, sin
importar su clase social, resulta complejo procesar que con la situación
económica que ha desmejorado la calidad de vida de millones, todavía existan
consumidores dispuestos a hacer las compras en estos establecimientos.
El aceite de maíz marca Mazola cuesta en
la página web de Walmart $3.87 y es vendido en uno de estos establecimientos
por Bs 24.000,00. Entendiendo que el precio del dólar negro se ha mantenido sin
fluctuaciones dramáticas, se hace imposible entender el salto abismal.
Una botella de agua gasificada marca S.
Pellegrino se vende por Bs. 2.770,00 en el mismo local, un precio que no parece
descabellado cuando la botella de dos litros de refresco está marcada en Bs.
2.000,00.
El absurdo aparece cuando unas cuadras
más adelante, dentro de las instalaciones de un elegante bodegón de un centro
comercial, se vende el mismo producto por Bs. 7.000,00.
“Hay comida, lo que no hay es real para
pagarla”, sentencia un parroquiano durante una extendida conversación. Con la
popularización de estos nuevos locales, que abren espacio entre sus repisas
para las delicias del primer mundo, la premisa no resulta errada. No se trata
de hacer un esfuerzo económico para conseguir un producto de primera necesidad
a precio del mercado negro, se trata de una clase social que puede darse lujos
a precios más que dolarizados. La regla es simple: hay oferta porque existe
demanda.
Otros comerciantes hacen sus peripecias
a puertas cerradas. Una oficina clandestina ofrece cigarros electrónicos,
calculando el precio a la tasa de dólar negro del día. “Un pana me dio el
teléfono y cuadré una cita por WhatsApp. En la tienda había como tres
compradores el día que fui. Tenían de todo”, afirma alguien que logró entrar al
local.
En la pequeña “frutería” hay una colita
considerable para pagar. No me sorprende que el cliente con más mercancía por
facturar sea una voluptuosa rubia oxigenada. Su ajustada ropa deja ver los CC
amoldados a su nuevo cuerpo y mientras espera, se deleita comiendo un paquete
de papas importadas y coqueteando con los vendedores mientras decide si sumará
o no otro producto a la abultada cuenta. Afuera esperan hombres con actitud de
escoltas y camionetas del año.
Hay quienes todavía pueden pagar por un
frasquito de trufas, mientras no muy lejos otros se pelean por un pollo y hacen
interminables colas bajo el sol para regresar a casa con algo de comer. Que
cada quien saque sus propias conclusiones.