Crónicas. Aljer. Alto Apure.
NOCHES, LUCES Y ROCOLAS
BREVE INTROITO
Si las grandes metrópolis tienen sus historias de lobas
y lupanares, en menor escala los pueblos también tienen sus reláficas de noches
azules, y Guasdualito tiene las propias, unas conocidas y otras escondidas.
Atendiendo a la definición clásica, un lupanar, prostíbulo o mancebía, puede
ser definido como el lugar en donde se practica el “amor” ocasional, allí
admirables damiselas merecedoras de elogios carnales son pretendidas por ávidos
visitantes, quienes envueltos en la seda nocturna van en busca de saciar sus
apetencias amatorias. Y es que así como en un pueblo tienen vida activa sus
elementos principales como los servicios médicos, comercio, centros educativos,
entre otros componentes, no tiene entonces nada de extraño que, las de casas de
amor y esparcimiento ocupen y reclamen un lugar secundario en la historia
simultánea de nuestro pueblo.
AQUELLOS LOCALES.-
Con el correr de los siglos el oficio más viejo del
mundo ha estado presente en el historial de los pueblos, algunas veces tras
cortina pero con presencia, en este sentido, no es errático afirmar que, en
nuestro continente en los tiempos de dominación hispánica ya existiese una que
otra ordenanza que obligara a las casas de tolerancia a marcar distintivo,
colocando una rama de un árbol en la puerta principal, de allí el origen
etimológico de la palabra que mal designa a las hermosas damas de la noche.
Llegado el siglo veinte Guasdualito era un villorrio totalmente campestre,
casas de bahareque y palma, en donde la cotidianidad estaba influenciada por
una actividad comercial básica impulsada por el arribo de los steams boats
pertenecientes a la Compañía Anónima Venezolana de Navegación (CAVN), estas
embarcaciones eran las encargadas de suministrar lo necesario en cuanto a
mercancías y alimentos a los pobladores, aunado a esto, la actividad agraria
radicaba en la explotación extensiva del ganado, mientras que la producción de
cultivos tradicionales se desarrollaba a mediana escala.
Y dentro de lo habitual de las primeras décadas del
siglo pasado, un factor era muy común entre hombres solteros, marinos de agua
dulces, arrieros y peones, el lugar: la pensión de Magdalena Lara, más que un
hostal rural era en su interior un lugar de carne, pan y vino, en donde al son
del arpa, cuatro y maracas, esbeltas féminas desfilaban ante los ojos
libidinosos de los concurrentes. Este local funcionó por la Costa del Caño
hasta mediados de la década del treinta del siglo pasado, allí tuvieron
protagonismo hermosas mujeres bautizadas con asignaciones faunísticas, entre
ellas: la iguana (quizás por sus atributos traseros), la perica, la chiguira,
la araguata, entre otras beldades, quienes dejaron sus recuerdos bien grabados
en los asiduos visitantes a la casa del placer. Caso célebre fue el de un
famoso ganadero perdidamente enamorado de una meretriz apodada la moto sierra,
a quien le dispensaba todas las atenciones y suntuosidades, y a la cual
visitaba de día y noche sin reparo alguno.
Este mismo personaje llegó a cerrar el lenocinio
exclusivamente para su peonada, la cual regresaba del difícil trayecto que
implicaba la travesía por la Montaña de San Camilo, relumbrantes morocotas
danzarían por las mesas y el mesón principal del bar de la sesentona Magdalena,
para impresión de su amada alegre.
Caminaron las décadas y vino la metamorfosis de pueblo
a ciudad intermedia, llegaron las empresas petroleras, creció el pueblo y
aparecieron nuevos centros nocturnos, por mencionar algunos: El Pozón por la
calle Aramendi, de apariencia moderada pero en la vieja función; La Cocuya de
Juana Ramos, por la Costa del Caño; El Botiquín del Mejicano (con sus
respectivas doncellas aztecas) ubicado en las adyacencias de lo que hoy es la
plaza Boyacá; El Hijo de La Noche, por la calle Cedeño, transversal a la casa
de los Oropeza; rumbo al barrio La Manga del Río funcionaron los harems de
Pedro Gatel y de Domingo Pantoja (Domingo González), en el último antro fue
famoso la esbelta catira apodada La Licuadora. Por el barrio El Gamero se
encontraba el Maniadero de Noé Valbuena, que tuvo su fama consolidada por
muchos años, allí La Tonina y La Gripe eran las principales magnetizadoras.
En los años sesenta aparecería: El Manguito, en el
lugar se enamoraría de una esbelta rubia el Hércules guasdualiteño Antonio
Bazán, extraordinario pesista y boxeador de gran futuro, quien acabaría con su
vida por motivos pasionales; este local también sería el sitio de preferencia
de muchos excéntricos, uno de ellos el poeta Cesar Delgado (hijo de Casimiro)
quien causaba sensación entre las cortesanas con su espléndida y vibrante
interpretación del Duelo del Mayoral, del poema un extracto:
¡No se asuste señora!...
Son cosas pasadas.
Todavía en el suelo me dijo,
¡Quiérala...
Quiérala que es buena...
Quiérala que es santa...
¡Quiérala!
Quiérala como yo la he querido,
que aun muriendo la llevo en el alma…
Ese recital lirico era tarea obligada para el recordado trovador guasdualiteño, fama, aplausos, lágrimas y algo más, eran las ofrendas ganadas. En ese orden entraría en escena el reconocido Campo Alegre. Con los años surgirían nuevos centros nocturnos, nuevos espacios con distintas funciones y ambientaciones locales como: la Cervecerìa Panza, atendida por la recordada Marucha, visitada cordialmente por tres presidentes blancos, donde confluian las personalidades del pueblo bueno, y en donde mis oidos juveniles oyeron algunas historias contadas por don Genaro; el Bar Plaza (billar) de Julio Cárdenas, luego de Pedro Méndez, El Caney (cervecería con pista de baile) del poeta Jesús Escobar, es de resaltar que este centro nocturno fue el numero uno por muchos años, y en el cual se presentaron grandes artistas nacionales e internacionales; Bar Mis Amores, en el barrio Los Corrales. La lista continúa: Bar Terepaima, La Cabaña, Come y Beba, Zambrano, Bar Mi Jardín por la carrera Arismendi, El Rincón (Discoteca-cerv) esquina Miranda con Aramendi; Brisas del Lara, ubicado por la carretera nacional; Doña Pola por la avenida El Marqués del Pumar, y más recientes fueron: El Conuco, El Rincón del Coleador, Hostería Mágica, La Llovizna de grato recordatorio; el club social de Pelón en La Manga del Río, así como el estadero de doña Leopolda, entre otros fanales que se escapan a los recuerdos.
ALJER.-.
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