Crónica.
Aljer “Chino Ereú”.
MARTIN
LEONIDAS: EL ESPANTO DE LA SABANA
(A
incluir en la publicación: Cuentos del Llano Alto Apureño)
A
MANERA DE INTROITO. -
Sabanas
del Alto Apure en donde sugestionan las leyendas, creencias y mitos. Tierra de
glauco follaje, que pareciera haber sido diseñado por la Providencia Divina y
Eterna, como vestíbulo natural, en donde la zafia sabana y el espacio cósmico
sideral, ostentados por el horizonte: estrechan sus manos abstractas para no
separarlas jamás. Esa es mi tierra alto apureña, donde el misterio aún perdura
y se aviva en las noches de tertulia, al compás del tránsito sempiterno de la
diana y en compañía de los candiles argentos estelares.
Esto
sucedió hace mucho tiempo en una época feraz, opima y lenitiva, cuando el llano
alto apureño -a decir los viejos- era llano de verdad. Época de los grandes
hatos ganaderos alto apureños como: La Trinidad de Arauca, Mata de Totumo, La
Victoria, Campo Alegre, La Gallardera, El Torreño, El Bogante, Caracaral,
Mayita, San Lorenzo, El Palito, Altamira, Tabacare, Miraflores, El Temblor,
Santa Elisa, por mencionar algunos. Tiempo de travesías a la montaña de San
Camilo, de arrieros y cagones, de llanerazos como: Santos Blanco, Miguel
Macías, Luis Carvallo, Victorgollo Hernandez, Pedro Arias, Pedro Guedez,
Porfirio Ceballos, Jesús Ereú, Lauro “Cantauro” Hernández, Casimiro Delgado,
Cipriano Cabanerio entre otros. Tiempos que no volverán, solo quedan los
recuerdos celados en las escenografías mentales, evocaciones embelesadas en las
inmensas sabanas, planicies despeinadas una y otra vez por vientos nostálgicos
del norte, vientos que van y vienen sin cesar, como tertuliando mortuales
añoranzas, como flagrando coplas y poemas, como hurgando leyendas y cuentos
escondidos en la espesura del monte, como lo furtivo deseoso de resurgir del
olvido, aguardando el despertar de la perícopa ninfática de la sabana alto
apureña.
EL
ESPANTO DE LA SABANA.-
Se
inician los trabajos de llano en el hato Santa Elisa, feudo propiedad de don
Evaristo Sánchez, a quien llamaban El Tuco, no todos, solo sus más cercanos
familiares. Como caporal del hato estaba don Jesús Ereú, recio llanero y hombre
a carta cabal, quien era la mano derecha del dueño, y quien llego hacer persona
de confianza de muchos ganaderos, entre ellos los Padillas, dueños del hato La
Miel y otras propiedades. En su condición de encargado de la buena
administración y funcionamiento de la extensa propiedad, velaba con mucho celo
el mínimo detalle en las vaquerías. El mismo participaba en el arreo, la
hierra, apiñar la madrina, herraje de orejanos, ordeño de vacas mañoseras, la
doma y otras faenas, en lo que aún en el llano se conoce como trabajos de
tripulación, que no es otra cosa que el esfuerzo en conjunto de vecinos
cercanos para una mejor producción y rendimiento del ganado vacuno.
Entraba
el invierno y con él los grandes aguaceros. Cierta noche de mayo, de lluvia torrencial
con grandes relámpagos y ensordecedores truenos, aparece por el hato Santa
Elisa, un misterioso forastero trajeado todo de bruno, con cabalgadura negra y
ataviado con polainas plateadas. Los rasgos del personaje tanto en su vestir,
como en su escaso hablar, daban a entender que provenía de lugares muy lejanos,
hasta su forma de usar el tricornio (caída del ala frontal) resultaba por demás
intrigante y extraña.
Interrogado
por el caporal sobre quien era y que quería, el visitante responde:
Si
me pregunta mi nombre,
mi
nombre se lo describo:
Martin
Leónidas me llaman,
el
resto me lo reservo,
lo
dejamos en el olvido.
Replica
don Jesús Ereú:
¿Y
que se le ofrece compañero?
El
forastero vuelve a contestar-esta vez de forma aún más inquietante:
¿Compañero?
primera
vez que lo veo,
si
me obliga no le creo,
pero
esto le responderé:
lo
que busco no se ve.
Si
aparece me lo llevo
sea
con lluvia o con el trueno,
es
algo que anda perdió,
por
un compromiso es mío,
y a ninguno se lo debo.
En
vista de la necesidad de contar con buena peonada para la vaquería, el caporal
accede a contratar a Martin Leónidas. Aclarándole que el pago del trabajo se
efectuaría una vez terminado el mismo. Contaba don Jesús, que en su vida había
tratado con buenos llaneros, pero que el misterioso recién llegado tenía el
compañero lejos en cuanto al trabajo de llano se trataba. Como cosa curiosa fue
que a la mañana siguiente de haber llegado el extraño, apareció en la sabana un
hatajo de caballos salvajes liderados por un padrote zaino negro, cuya
musculatura y tamaño lo hacían sobresalir del resto; y en continuidad e
incremento con el misterio, era la negativa de Martin Leónidas de dormir con el
resto de los peones, cosa que prefería hacerlo en las afueras de la morada,
aunque algunos decían que en vez de dormir salía a espantar a los caballos y
reses.
Habrían
pasado unos veinte días desde la llegada del incógnito forastero, cuando por
orden de don Evaristo deciden encerrar el hatajo de monstrencos. Para ello se comisionó
a las mejores llaneros y aun experto amansador llamado Lauro “Cantauro”
Hernández, este Lauro, era sino el mejor, un extraordinario domador o amansador
de caballos. La majada fue encerrada, sin embargo, los esfuerzos por capturar
al zaino negro resultaron infructuosos, al punto de no explicarse el mismo
Lauro, la esquiva extrema del padrote, así como su aguda habilidad de quitarse
con gran facilidad los lazos mañoseros en pleno barajuste.
Mientras
se efectuaban los intentos, Martin Leónidas o el espanto de la sabana, como
empezaron a llamarlo en baja voz los demás peones, observaba a lo lejos con una
dibujada y atemorizante mueca maliciosa, mientras entablaba un dialogo
silencioso con un infrecuente hombre vestido de negro, al que unos decían haber
visto, sin saber quién era o de donde provenía. Una tarde, algo inquieto el
espanto de la sabana le expresa al caporal:
Compañero
caporal
yo
saldré pa´ la sabana
con
el sol de la mañana
tiene
al padrote amarrao.
Al
dueño de este ganao:
al
Tuco Evaristo Sánchez,
recuérdele
que se hace tarde
su
pago en el compromiso
no
vine sin previo aviso,
yo
pagué, ahora que el pague.
El
caporal, sin entender muy bien esas palabras acentúan con su cabeza en señal de
aceptación. Esa noche contaba don Jesús que empezaron a oírse tropeles
infernales en los alrededores del hato. Como caía un soberano palo de agua, de
los que llaman tumba araguato, ninguno hizo esfuerzo por indagar el motivo de
los estruendos o tal vez tampoco quisieron averiguarlo. Lo que si averiguaron y
constataron a la mañana siguiente: era que en el corral, exactamente amarrado
en el botalón, se hallaba el padrote zaino negro relinchando con suma furia,
con sus ijares sudorosos y belfos partidos y sangrantes, fue una sorpresa para
todos. Uno a uno fueron intentando amansar al animal, y en varias oportunidades
el mismo Lauro Hernández trató de hacerlo pero sin éxito alguno, cuando todos
se dieron por vencidos Martin Leónidas se dirige a don Jesús:
Compañero
don Jesús,
su
nombre es sagrado y bueno,
ese
nombre trae recuerdos,
por
él, yo soy lo que soy.
Como
vine me voy,
con
la lluvia y con el trueno.
Esto
me le dice al dueño:
que
por aquí lo busqué,
que
no piense que olvidé
en
cualquier rato nos vemos.
Luego
de estas palabras “El Espanto de La Sabana”, montó en el padrote, apretó con
las espuelas soltando el rejazo, y en acción violenta saltaron la talanquera,
perdiéndose en carrera violenta y desquiciada en la inmensidad de la sabana.
Con los años se formó la leyenda del Espanto de La Sabana, leyenda que fue
desapareciendo con lo que llaman progreso y desarrollo. Sin embargo, aún quedan
extractos de aquellos corríos que se cantaron con arpa, cuatro y maracas en las
sabanas alto apureñas.
Era
una noche de junio,
con
relámpagos y truenos,
cuando
apareció Leónidas,
misterioso
forastero,
por
el hato Santa Elisa,
montando
un caballo negro,
me
lo conto don Jesús,
porque
sus ojos lo vieron,
fue
un llanero amansador,
buena
soga y bien ligero,
casi
no hablaba con nadie
por
eso causaba miedo,
andaba
por la sabana
con
la oscuridad del cielo,
espantando
a los caballos,
de
un potrero a otro potrero,
la
gente de Valentín,
Los
Pajales y El Riereño,
testigos
fueron de todo,
también
los de San Lorenzo,
el
encargo de este hombre
era
recordarle al dueño,
el
pago de un compromiso,
firmado
entre caballeros,
el
dueño no apareció,
pero
le dejo un recuerdo:
que
si allí no se veían,
en
otro seria el momento,
se
marchó como llegó,
con
la lluvia y con el trueno,
la
leyenda se formó,
en
boca de los copleros,
por
allá en el Alto Apure,
tierra
de muchos misterios,
donde
el espanto salió
asombrando
a los llaneros.
ALJER
“CHINO” EREÚ
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